El problema no es que no quiera contárselo, es que yo también quiero saber. Me encantaría encontrar qué pasó entre el desorden. Cuál es La Cosa Terrible que abrió el abismo que nos separó y nos mantendrá lejos.
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El problema no es que no quiera contárselo, es que yo también quiero saber. Me encantaría encontrar qué pasó entre el desorden. Cuál es La Cosa Terrible que abrió el abismo que nos separó y nos mantendrá lejos.
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Quizás estuve diez años sobreprotegiéndolo. Impidiendo que hiciera todo lo mucho que estaba en él hacer. Como si quererme hubiera sido demasiado y mientras hacía eso no podía hacer nada más. Ahora que ya no tiene mi cariño como un ancla, está alcanzando todo lo que estaba puesto en su destino.
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Trabajo todo el día, sin control. Me da tranquilidad correr de un lugar a otro. Decir que sí a todo y luego teclear hasta las dos de la mañana. Me gusta saturarme hasta sufrir, entre otras cosas porque a veces me quedo seca de encargos y se me abre un vacío económico y existencial.
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Me gustaba inventar caos controlables a los que untarles orden como un bálsamo. Volviéndome cada vez menos loca, o de un tipo de locura que no se reconocía como tal (...)
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Yo tocaba sus cosas, la puerta de su recámara, hacía esfuerzos conscientes por acordarme si colgaba su ropa o no la colgaba, acordarme de qué periódico estaba sobre la mesa de la sala, acordarme de lo más posible para tener un espacio en el que imaginármelo haciendo lo que fuera que hiciera el resto de los miles de minutos de la semana en que estaba fuera de mi vista.
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La cadencia de su amor no tiene un ritmo preciso, pero sí tiene certidumbres: siempre que viene se queda, siempre que se queda se vuelve a ir.
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Es mi influencia sobre él lo que no me gusta. No me gusta la versión de él que aparece cuando yo aparezco.
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— ¿Cómo estás? —me insiste. Y hay dos maneras de contestar esta pregunta. En una se abren unas compuertas que se nos han ido cerrando durante años, que dicen la verdad con todas sus complejidades, que están dispuestas a arrastrarse, a perder el miedo y la dignidad, a aferrarse a la mano del otro antes de que se salga de la cama irremediablemente: «Este brazo es mío y no te lo llevas aunque esté pegado a tu cuerpo». Esa primera respuesta acepta que todo es horrible y que eso no importa, nos deja listos para volver a lastimarnos cuantos más años nos queden. La segunda manera de contestar cierra las puertas, suelta el brazo, imagina que tiempo después quizá nos encontraremos por la calle y nos diremos: «Nunca dejé de quererte» o más cosas así terribles, pero lejanísimas. Las dos respuestas son igual de ciertas. Pero la primera continúa la batalla. La segunda está exhausta y es la que necesito dar: —Estoy bien —digo. —Okay —dice él. |
Habría que empezar el largo proceso de separación que por fuerza viene tras el largo proceso de unión que sin querer van haciendo dos personas que se quieren.
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(...) en general había en él un aire que me aseguraba que pertenecía a un lugar en el universo en el que yo no tenía acceso ni control. Y no tener control desde entonces y para siempre me ha dado miedo.
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Nombre de la runa para curar las heridas