Todos los días son nuestros de Catalina Aguilar Mastretta
Yo tocaba sus cosas, la puerta de su recámara, hacía esfuerzos conscientes por acordarme si colgaba su ropa o no la colgaba, acordarme de qué periódico estaba sobre la mesa de la sala, acordarme de lo más posible para tener un espacio en el que imaginármelo haciendo lo que fuera que hiciera el resto de los miles de minutos de la semana en que estaba fuera de mi vista.
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