Nuestra Señora de París de Victor Hugo
No intentaremos dar al lector una idea de que ella nariz tetraédrica, de aquella boca en forma de herradura, de aquel pequeño ojo izquierdo tapado por una ceja pelirroja, espesa como un matorral, mientras que el ojo derecho desaparecía completamente tras una enorme verruga, de aquellos dientes en desorden, mellados por varios sitios, como las aspilleras de una fortaleza, de aquel belfo calloso, entre el que se asomaba uno de los dientes, como el colmillo de un elefante, de aquel mentón bipartido, y sobre todo de la expresión que se extendía por todo el rostro, mezcla de malicia, de asombro y de tristeza. Imaginad, si podéis, un conjunto semejante.
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