Veinticuatro horas en la vida de una mujer de
Stefan Zweig
"Porque aquella noche luché con un hombre para salvarle la vida, y esa lucha, lo repito, era a vida o muerte. Vividamente percibí a través de mis nervios que aquel desconocido, viéndose perdido definitivamente, se disponía, con la avidez y angustia de un condenado a muerte, a buscar aún un último auxilio. Se asía a mí como quien ve ya el abismo a sus pies. Y yo concentré todas mis energías para poder salvarle.
Horas así no se viven quizá sino una única vez en la vida, y entre millones de personas sólo una se encontrará en circunstancias parecidas. Sin esa horrible casualidad, tampoco yo hubiera sospechado nunca con cuánta avidez, con cuánta desesperación, con cuán desalada furia, un hombre que se sabe perdido se afala todavía en chupar una vez más las rojas gotas de la vida; alejada hacía veinte años de las fuerzas demoníacas de la existencia, nunca hubiera comprendido cuán magnífica y fantásticamente la naturaleza junta muchas veces el calor y el frío, la muerte y la
vida, la alegría y el dolor en unos breves momentos".
"Ningún escultor, ningún pintor, ni Miguel Angel, ni
Dante, me habían hecho sentir nunca tan angustiosamente el gesto de la extrema
desesperación, de la extrema miseria de este mundo, como aquel hombre, vivo aún, que se dejaba azotar por los elementos, demasiado abatido, demasiado destrozado para intentar un solo movimiento y guarecerse de ellos".
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