‘El estilo de los elementos’ consigue el difícil equilibrio entre una forma proteica y vanguardista y una prosa que te arrastra a la lectura a lo largo de 700 páginas.
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‘El estilo de los elementos’ consigue el difícil equilibrio entre una forma proteica y vanguardista y una prosa que te arrastra a la lectura a lo largo de 700 páginas.
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El estilo de los elementos, de 700 páginas, conjuga saber y entretenimiento, con referencias que van del rock a las series y a la cita de culto. Afincado en Barcelona desde 1999, es uno de los autores argentinos más prolíficos.
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La nueva novela cuenta la historia de Land, un personaje que desafía la tradición familiar de ser escritor en un contexto de infancia, exilio y vida que recuerda a la "Rayuela" de Cortázar, una obra que aunque el escritor compró varias veces nunca ha leído, según confiesa, por una razón "supersticiosa".
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En el estupendo prólogo que escribió Ignacio Echevarría para la reedición de esta obra en la colección Otra vuelta de tuerca de Anagrama se dice: “si Bob Dylan es postulado, año tras año, para el Premio Nobel de Literatura, ¿por qué un escritor no podía aspirar, por su parte, a desatar las pasiones de una estrella de rock?”. No sé si tanto una como otra parte del comentario nacían de la estupefacción pero lo cierto es que la publicación de esta novela provocó en su país una especie de histeria argentina (curiosamente el título que iba a llevar la obra y que es el título de uno de los relatos). Hasta yo, que soy bastante iconoclasta, puedo entender el entusiasmo que llegan a provocar obras como esta de Fresán o como otra que también he comentado por aquí, El día del Watusi. El efecto que ambas tuvieron en sus respectivos países creo que responde al mismo fenómeno: recoger y concretar una especie de espíritu colectivo que sobrevuela a toda una generación (o una parte más o menos importante de ella) tanto en lo contado como en la forma de hacerlo. En ese mismo sentido, me parece interesante traer aquí otro comentario del prólogo citado, y que igualmente se podría aplicar a la novela de Casavella: “No se trataba de obviar el reciente pasado histórico ni sus sombras persistentes –como hizo, en relación con el franquismo, la nueva narrativa española de los ‘80–, no se trataba tampoco de romantizarlo, de convertirlo en un escenario camp para una lectura sentimental del horror y la derrota –como ha venido haciendo, en relación con la Guerra Civil y sus secuelas, la narrativa española de las dos últimas décadas–, sino de integrar ese pasado histórico como trasfondo de unas historias que, sin sustraerse a él, se desentienden sin embargo de su dramatismo.” Y si todo esto es importante, más lo es el estilo singular del texto tantas veces calificado de literatura pop o posmodernismo o postliteratura. La metaliteratura, las divagaciones, los rodeos, sus comentarios al margen, acaban por dibujar y decorar un camino fresco, valiente, novedoso (el libro se publica en 1991, cuando el autor contaba 27 añitos), divertido, conmovedor, por el que el autor nos conduce hasta el punto y seguido con el que se termina cada relato, pues Historia argentina es un gran libro de cuentos en forma de novela o de novela contada a través de cuentos (los relatos comparten personajes, sucesos, referencias y hasta párrafos enteros). + Leer más |
Hay ocasiones en las que nos empeñamos en leer un libro hasta el final a pesar de lo poquito que nos está interesando. No nos atrae lo que cuenta y hay partes que hasta leemos en diagonal. Sin embargo, somos conscientes de que el libro es bueno, que tiene calidad, que podríamos disfrutarlo mucho más si otra fuera la historia. Este es en gran medida el caso de esta novela, pues solo el estilo de Fresán, su inteligencia para mezclar géneros, su cultura, su visión y su lucidez en las lucubraciones adyacentes al relato, me han mantenido pegado a sus páginas hasta el final. Mérito más que suficiente para que le otorgue las tres estrellas. Gran parte de la novela, si así decidimos clasificar la obra, es la biografía de James Matthew Barrie, exitoso escritor de su época y mundialmente conocido por ser el creador del personaje de Peter Pan. Todo gira en torno a esta biografía, columna vertebral del collage que es esta narración en la que se mezclan y se enlazan dos épocas, la victoriana y los Swinging Sixties, para resaltar la trascendencia de la infancia en la construcción de nuestra personalidad y, de paso, homenajear a la literatura, la infantil particularmente, y el oficio de escritor. “La infancia no es otra cosa que el fantasma de nuestra adultez: algo que ha muerto pero que se niega a abandonarnos y que, de golpe, se materializa al final de un corredor agitando cadenas.” Todo ello se constituye en novela gracias al paralelismo y la ligazón que el autor establece entre la biografía real de J.M. Barrie y la ficticia del narrador, Peter Hook, un famoso escritor de libros infantiles que comparte con el autor británico la experiencia de la muerte de un hermano a edad muy temprana. Y aquí radica mi problema con el relato. No importándome apenas nada la vida de J.M. Barrie, se me antoja muy forzado e insuficiente el embalaje de la misma con la confesión de Peter. “La revelación de que los seres más amados son y serán, siempre, aquellos que no crecen, que nunca crecerán… los muertos que con el tiempo se convertirán en el ideal reescrito por los vivos.” Con mucho, la parte que más me ha interesado ha sido el homenaje que se hace al poder de la literatura, sobre todo a la leída en la infancia, y a esa emoción que se siente, “esa sutil vibración de todo lo que nos rodea cuando leemos por primera vez una frase que jamás se nos olvidará”. El poder que la literatura tiene para aislarnos o alejarnos de la realidad, aunque sepamos que cuando la escapatoria se nos hace realmente necesaria su poder es insuficiente. “Me dediqué a leer y a escribir libros infantiles para olvidar mi infancia… yo vivía adentro de mis libros para no vivir afuera de ellos. Todos mis recuerdos se remontan al duro ejercicio de anular mi memoria.” Y junto a ello, la maldición y el milagro del oficio de escribir (“Ser escritor no es una opción, es un destino.”) y la posibilidad de evitar la desdicha de que todo lo que uno vivió y recordó a lo largo de su vida se pierda en el olvido. “Me consagré a ese virus -la literatura- cuya misión apenas secreta es la de matar la realidad y aniquilar la infancia, sustituyéndolas y mejorándolas todo lo que se pueda hasta convertirlas en historias inmortales que jamás envejecerán." + Leer más |
TRABAJOS MANUALES es una colección de relatos sueltos, unidos por su protagonista llamado Forma porque necesitaba “un nombre que contenga todas las formas de este libro”. Este personaje es un escritor que imagina el aspecto físico del lenguaje, una bestia que recorre todas las variantes de un bestiario.imposible, Cabe aclarar que Forma es zurdo. En cada episodio, Forma se encuentra con alguien o algo que lo preocupa, y escribe sobre eso. Se cruza con algunos personajes que ya son conocidos de otros relatos de Fresán, como Alejo, Nina, Selene, el Aprendiz de Brujo, y junto a ellos recorre las situaciones de las que está escribiendo. Aquí todo es bien “noventoso”, y es excelente “La forma de la Fotografía”, relato que debería leer todas esas personas que andan, hoy, tomándose selfies y entorpeciendo el mundo con sus teléfonos devenidos en cámaras. Tal vez, mi relectura de todos estos relatos confirme el postulado de un programa de uno de los canales de la TV Pública argentina que dice “Los noventa, la década que amamos odiar”. Decir que es mucho más que muy recomendable me queda corto. Sólo léanlo y después, me cuentan. + Leer más |
Me gusta leer novelas, preferiblemente ficcionales, aunque no descarto aquellas basadas en personajes importantes o las que parten de hechos reales. Porque es un pasatiempo que me permite disfrutar de la realidad desde otro punto de vista. Y aquí estoy con Melvill, una novela que, al principio creí que se trataba de la vida del creador de Moby Dick, después pensé que era sobre el padre de Herman, Allan Melvill, y poco a poco fui reencontrándome con Rodrigo Fresán, por lo que no pude sino ponerme al habla con Alberto Sáez, gran especialista en este autor pues su tesis doctoral «La narrativa de Rodrigo Fresán y la vertebración de una poética afterpop» (2021), recoge toda la obra del escritor anterior a la novela que hoy comentamos. Así pues, esta crítica no es exclusivamente mía sino que casi todo el mérito corresponde a Alberto. La novela de Fresán supone la muerte de la novela actual y convencional; en ella predomina el discurso individualista que a veces suena a monólogo, otras a diálogo entre personajes de este o del otro lado y otras, a diálogo con el propio lector. Creo que el autor no pretende ofrecer una visión total de nada ni un sentido único de la historia que plasma. La realidad de Fresán no es espejo de la realidad tal y como estamos acostumbrados a verla sino que se refleja por partes, sin tener en cuenta la línea temporal o la correspondencia de espacios, «Y entonces Nico C. me advierte acerca de los riesgos de su condición, de los peligros de proponer “una nueva forma de entender primero y de luego narrar las cosas alterando la textura y el tejido de la Historia…». El narrador de Melvill comienza en tercera persona omnisciente (al cabo de un tiempo de lectura percibimos a Herman Melville), in medias res, contando las sensaciones que Allan Melvill experimenta en un hospital, poco antes de morir y poco después de haber cruzado a pie el río Hudson helado. Y ya, desde la paradoja del comienzo, quedamos advertidos de la realidad ficcional de la novela «Ahora se sabe rodeado por todo y por todos […] Aquí, la soledad perfecta de quien está afuera pero sin salida». La vida de Allan Melvill va pasando ante nosotros de manera un tanto caótica pues, como en una sucesión de círculos concéntricos volvemos una y otra vez a su decadencia final, de manera que la existencia finita del personaje real abarca lo infinito literario del cronotopo fresaniano. En el abismo de la caída es cuando a Allan se le van revelando las grandes verdades, hasta llegar al infierno de la muerte en una sucesión que lo trascenderá como persona. En el lecho de muerte, tras revisar su vida, egoísta e irracional, anhela lo que únicamente le da Nico C. y cuando lo tiene siente miedo, pues se percata de que le ofrece la ficcionalidad de su vida, así que huye de él y se dirige a Barcelona. «lo que en verdad da miedo es la cada vez más próxima condición de quedarse junto a Nico C., de ya nunca sentir más miedo […] por los siglos de los siglos […] Allan Melvill se siente maldito y condenado. Allan Melvill huye. Allan Melvill roba una góndola y llega a tierra firme…». En el diálogo que mantienen el padre y el hijo da la impresión de que el niño, Herman, estaba ahí en contra de su voluntad, escuchando los desvaríos de un padre loco que no le dio ni el afecto ni la atención que necesitaba. Un diálogo-monólogo que recuerda al de Keiko Kai en Jardines de Kesinton. Secuestrador y víctima en una habitación a solas a la espera de que uno (o los dos) muera: «Escucha, Herman: primero un pie y, asegurándote de que el hielo no se rompe, recién luego el otro […] Me gustaría poder levantarme para demostrártelo aquí […] A veces pienso en mí mismo en una helada tercera persona […] Ser un buen personaje sin importar sus malas acciones». Una vez que el padre regresa a Albany continúa por el río helado, ahora como Nico C., que a su vez es el propio Fresán y Allan Melvill. De esta manera el hielo se transforma paradójicamente en el infierno y Nico C. queda —como autor— por encima del personaje. La literatura es aquello que sobrevive a la realidad «Nico C. siendo él uno y otro, hombre y monstruo, creador y criatura […] inseparable de mí mismo […] por siempre y para siempre por encima de mí». Por correspondencia fonológica, Nico C. recuerda a Nick Cave, habitual en la obra de nuestro autor argentino. Un rockero inmortal que, como un vampiro, trae a Melvill el único rastro de “Canciones tristes” en forma de un elixir capaz de transportarnos a ese realismo mágico, un tanto descarado e irónico, de Fresán. El vampiro con el que satiriza hasta el extremo la figura del monstruo, originalmente la ballena. Rodrigo Fresán expone el fracaso de Allan Melvill como padre y como marido, el rechazo y el orgullo final por los logros literarios de su hijo, que no fueron sino póstumos. Y el fracaso como padre y como marido de su hijo, Herman Melville. El fracaso social del hijo, tomado como perturbado por su condición de alcohólico homo sexual, que retoma el fracaso social del padre perturbado. Y en ellos está el fracaso del hombre que, sin embargo, queda encumbrado tras la muerte. El narrador protagonista, aunque desdibujado a veces, toma la voz de Herman Melville; aparece como una identidad genérica diferente al autor, por lo que presenta distintas posibilidades de lectura si bien Melvill es una novela del yo que tiende un puente entre lo real y lo imaginario, «siempre me sentí como un hombre que puso en duda todas las cosas terrenales para poder intuir alguna de las divinas […] del mismo modo que durante el Diluvio la ballena despreció el Arca de Noé, sabiéndose mejor sobreviviente a solas y ajena a toda promesa de compañía a cambio de reclusión y de ser una entre tantos. Igual en mi vida, igual en mi obra […] Así me siento yo». A veces el lector pone en entredicho la verdad que detalla el autor con respecto a su personaje, de hecho incluso Herman y Allan se desdibujan en Melvill, sin tener claro dónde empieza y termina cada uno o dónde terminan ellos para dejar paso a la obra de Fresán, que inventa, deconstruye y transgrede las identidades al llevarlas más allá de un espacio único, al llevarlas al otro lado de las cosas. Fresán indaga en Allan Melvill, en Herman Melville y en el propio Rodrigo Fresán para visionar el mundo según una particular forma estética. De nuevo fragmenta lo real y crea una nueva real ficción. Es un recurso a la vez de forma y contenido con el que realza una determinada imagen que convierte en hiperrealista hasta que pasa al otro lado, el literario. Es un recurso estilizado del esperpento valleinclanesco, con el que consigue expresar su escepticismo y crítica ante las convenciones sociales. Las paranomasias profundizan en la familia desestructurada o en el sinsentido de la existencia, «palabras que llamean y llaman, lejanas y ajenas a todo calor de hogar», «vencido y humillado desertor de la crucificante cruzada de tu vida». También el oxímoron conseguirá describir la realidad y, por supuesto, el humor cáustico, irónico, polisémico, personificado o negro refleja la angustia de la religión, de la vida social, de la mala literatura o del proceso de la escritura «Memoriza el Salmo 55 […] llega a ponerle música al piano que, más que ejecutar, condena», «Piensan que ha intentado suicidarse y nadie hace caso a que lo único que quería hacer era modificar y prolongar el trazo de sus líneas de la fortuna». El relato de Melvill es, en gran medida, ambiguo; cuesta diferenciar la dimensión real de la ficticia porque no las separa ni las mezcla, las ofrece de forma simultánea. Fresán desnuda el alma de Melvill(e) y rompe los límites de la intimidad al ofrecerla al lector. A la vez despeja espacios y tiempos para presentarnos el origen de su narrativa. El lector, inmerso en la lectura, vive la escritura de la vida, las caídas, la culpa, las dudas, la memoria, lo soñado, lo recordado y lo inventado; lo vivido ayer y transformado hoy. El lector experimenta su propio infierno, sus obsesiones que son también las de tantos. Porque la de Fresán es una aventura que trasciende al hombre a través de la escritura literaria y, a través de la lectura, se hace realidad al tiempo que el yo lector pasa a formar parte de los elementos narrativos, por lo que el proceso lector queda inmerso en la literatura. Las digresiones y repeticiones le ayudan a reflejar sus obsesiones y temas recurrentes: la avaricia del ser humano que lo lleva a la caída, desde donde percibe el antes y el después de su realidad, los fallos vividos con angustia y la paz de la muerte. La escritura del autor es un modo de autoconocimiento y la lectura de Fresán supone una interiorización para conocernos mejor. La memoria consigue, a través de los sentimientos, transformar la realidad, «lo imaginado, que no es otra cosa que lo que pudo haber sido y, a partir de entonces, lo que es y lo que será». Los lectores de Melvill vemos el mundo que, tras recordarlo y soñarlo, Fresán inventa como verdadero: «mi cada vez más singular idea del patriotismo como algo que trasciende lo meramente nacional y alcanza dimensiones sin fronteras. Y de que el fin de la guerra no trae la paz sino un largo período de revanchas […] ganadores y perdedores se ponen de acuerdo en que la verdad de lo sucedido es demasiado espantoso para asumirlo como verdadero […] proponer una nueva y revisionista realidad más soportable […] De pronto, todos escritores, todos reescritores». Es la seña de identidad de Fresán; si las escobas danzantes de Historia Argentina consiguieron un nuevo universo, el río helado de Melvill también lo hace, pero deberemos afrontar el final de una vida de errores para crear la ficcional perfecta, que pronto pasará a formar parte de la real para resquebrajarse de nuevo con el cambio de tiempo. Esta continua creación es la esperanza con la que rompe las limitaciones del escritor, «Una sonrisa inolvidable en su tristeza». Enlace: https://elblogaurisecular.bl.. + Leer más |
Leí este libro por primera vez hace veinticuatro años. Volví a alguno de sus relatos muchas veces, para trabajar con ellos en tareas de investigación o de argumentación, o por el simple placer de leer a Fresán. Ahora, todo de corrido, creo que resultó más fascinante que todas las veces anteriores. ¿Son cuentos? Sí, son cuentos. Pero no. Cada relato que compone este libro se relaciona con los demás, ya sea porque un personaje se repite, ya sea porque se dan datos de otro personaje que ya apareció y porque transcurren en un momento oscuro de la historia argentina con el que muy pocos autores se animaron a meterle este tipo de ficción casi casi delirante, muy irónica y certera. Además, la cuestión de las escobas descontroladas del aprendiz de brujo parecen ser el disparador para todo lo que ocurre. Lo mismo que el hablar de uno mismo en tercera persona y el estar clínicamente muerto para verse a la distancia. |
Bien, por dónde empezar... Mi duda sale a cuento que, en esta oportunidad leí superpuestas las dos versiones de esta antología de relatos o ¿novela desarticulada? En la versión 1993 que atesoro en mi biblioteca dice Fresán: “Este Libro es un volumen de cuentos y no una novela y todos los cuentos de este libro empiezan y terminan más o menos igual y todos los cuentos de este libro cuentan más o menos la misma historia con la misma voz”. Ahora bien, en la versión de 2005, “necesidad de escribir una novela desarticulada sobre este tema”. O sea… Léan sin saber a qué gran grupo pertenece, no hace falta. En los relatos/capítulos, Jude, también llamado Tomás el Gemelo inmortal, Judas Tomás, Tomás Didymus o JC aparece con su campera ridícula, sus anteojos Rayban, su trenza que cuelga como látigo y su valija. Atenti a ésto: su valija. Y en esas apariciones se entrelaza con personajes ya conocidos por quienes sigan al autor, como Alejo, Nina, selene o el cocinero, y con otros nuevos, como El Cazador de Santos, o el mismísimo Glenn Gould,, mientras busca su destino. La diferencia más fuerte es en el cierre de todas las historias. En la de 1993, es de una oscuridad total, con frases largas e ideas entre apocalípticas y hollywoodenses. En la de 2005, lo apocalíptico se ilumina un poco a través de canciones de un supuesto programa de radio de Jude, una play list que sirve de guía. Lectura ideal para agnósticos, para ateos y para no creyentes. Pero también, un desafío para aquellas personas creyentes, de fe muy fuerte que quiera escuchar otra versión de la gran historia. Porque, al fin y al cabo, Dios no existe, pero es un gran personaje. + Leer más |
El escritor argentino recupera la figura fracasada y olvidada del padre del creador de 'Moby Dick' en su novela 'Melvill'.
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Rodrigo Fresán publica 'Melvill', una novela sobre el fracaso, el delirio, el genio, la literatura y la relación entre padres e hijos alrededor de la figura del autor de 'Moby Dick'.
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Hay clubes de mil tipos, para toda clase de personas y cualquier afición. Parece que siempre vas a poder encontrar un sitio en el que encajar y, en cierto modo, sentirte menos solo, más comprendido. Michaels ha creado uno muy peculiar. Un club en el que siete hombres van a reunirse sin un objetivo concreto, simplemente por juntarse y luego, bueno, luego ya se verá. Así conocemos a Kramer, Berliner, Cavanaugh o Terry. Todos ellos con algo en común, una visión de las mujeres y de su vida con ellas llena de quejas y reproches. Cuando se publicó la novela tuvo una acogida un tanto irregular, en muchos casos fue criticada como un alegato misógino (estupendo todo lo que Rodrigo Fresán explica en el prólogo) y esto es algo que me parece una lectura de lo más simple y poco atenta. Yo casi diría que es todo lo contrario! La descripción que se hace de los personajes es la de unos hombres inseguros y torpes, con escasa inteligencia emocional, y que con sus conversaciones y actos casi diría que se "autohumillan". Al juntarse mantienen una relación tóxica entre ellos mismos, jaleándose y aplaudiendo las bravuconadas, cuando en realidad no son felices con la vida que llevan y su manera de afrontar sus relaciones sentimentales. Los diálogos son dinámicos, maravillosos, de esos que no dan puntada sin hilo y en los que no hay ni una gota de relleno. Todo ayuda a conocer mejor a estos hombres tan perdidos, tan tristes que producen casi ternura. Gracias por traer esta novela en la versión revisada por Michaels (magistral el prólogo añadido ese año por el autor, un toque genial) y darle el sitio que se merece. Ojalá por fin sea bien entendida. + Leer más |
El autor bonaerense cierra su trilogía de casi 2.000 páginas sobre la imposibilidad de la novela.
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El último libro de Rodrigo Fresán incluye casi toda su obra literaria. De vez en cuando Historia Argentina se asoma a la trama para que ni el lector, ni él mismo puedan olvidar un país que ha experimentado cambios constantes en su estructura o modo de vida aunque conserva la base de su identidad. El último libro de Rodrigo Fresán es la tercera parte de una trilogía que, en la suma de sus títulos presenta todo lo que un escritor nos puede, o nos quiere, contar. He leído La parte recordada y su autor demuestra, a lo largo de casi ochocientas páginas, la importancia, la necesidad del recuerdo individual pues, aunque existe la memoria colectiva, indispensable para seguir caminando como sociedad, las evocaciones personales de nuestros recuerdos, soñados o inventados, son absolutamente necesarias para formar la personalidad. Fresán no busca en la memoria verdades eternas, simplemente transcribe una verdad que relaciona los sentidos con la experiencia, aunque nunca sepamos si esa experiencia es fruto de lo sobrellevado o lo leído. De hecho, los sentidos nos aportan sentimientos cuando estamos ante una película, un libro, una pintura, una música… Todo evoca en nosotros diferentes sensaciones; unas van cambiando con el paso del tiempo, otras, las que no podemos olvidar, nos marcan de manera obsesiva, de ahí que las caídas desde un avión (o con él) aparezcan en todas sus variedades para que seamos conscientes de la oscuridad que puede albergar el hombre , de las conductas irracionales que nos definen. Para afianzar esta aserción utiliza una técnica compleja, casi surrealista, a veces incoherente, a veces lenta por tanta repetición, con términos antitéticos que se adivinan posibles, con oxímoron que refuerzan su propia confusión, con mezclas de idiomas, sobre todo español-inglés, que delatan las consecuencias de la globalización, con guiños a otras artes y otros autores que rubrican el caos que puede albergar nuestra mente. No cabe duda de que esta técnica consigue, en ocasiones, una exasperante lectura; una vez creemos entender a quién está homenajeando o quién es objeto de reprobación, perdemos el hilo de la reflexión porque circulan al mismo tiempo la escritura obsoleta de Europa, los programas literarios sin substancia, el idioma ¿compartido? entre españoles y latinoamericanos, la amistad interesada entre escritores de ambos continentes, el poder de las editoriales, los premios cuyo principal valor es el económico, la condición inmortal de algunos escritores, «Y así hasta de nuevo —una vez por, por las décadas de las décadas, amén— volver a comulgar. Todos juntos, en ambas orillas, aullando bajo la carpa circense rebosante de fenómenos de feria, un “Gabba Gabba Hey! We accept you! We accept you! One of Us! One of Us” convertido en “¡Gabo Gabo Hey!”». Pero al mismo tiempo que nos sentimos desbordados por la información, fruto de esta era vertiginosa, entendemos ese caos. Solo hay que saber estructurarlo e introducir los recuerdos relacionados con sueños e invenciones en habitaciones separadas, que sin embargo forman parte de ese palacio que preside nuestro cerebro. Sin él no seríamos nada. Y Fresán no sería escritor. «Y está tan cansado y se siente tan solo, it’s been a long, long, long time y cómo es que lo ha perdido a ese largo tiempo y ahora es hora de decir buenas noches, buenas noches a todos, todos y en todas partes, buenas noches […] The Beatles dijeron adiós a sus conciertos mientras que él vino a decirle hola a su desconcierto». El protagonista de La parte recordada es el propio escritor que, a través de un narrador en tercera persona, se analiza como alguien incapaz de establecer lazos con su entorno, un exiliado que en ocasiones se siente culpable por no haber ayudado a sus padres, por haberlos vendido, por haberle ocultado algo horrible a su hermana, ingresada constantemente en sanatorios que no la curan, porque su problema son las lagunas que el sufrimiento ha dejado en su mente, y sin ella no se puede vivir. De ahí que esta hermana sea el símbolo de una de las injusticias sociales cometidas hacia los escritores, por eso su novela es también un guiño a la obra de Penélope Fitzgerald, escritora «normalmente rara» a la que admira y en cuyas novelas podemos observar capítulos que parecen irreconciliables con sus tramas, y coinciden en héroes ingenuos, catastróficos, masculinos. Por eso Fresán propone un Nobel justiciero entregado a protagonistas, como Ana Karenina (que definen al autor) o a escritores ficticios, como Cide Hamete Benengeli (que definen al real) o a mujeres escritoras, para acabar con el mundo masculino de la escritura. El protagonista intenta escribir un libro donde poner en orden sus ideas, reflexiones que son inquietudes martirizadoras, como «El padre de Nabokov lanzado hacia arriba y apareciendo y desapareciendo en el marco de la ventana y contemplado por su pequeño hijo. El hombre subiendo y bajando, en un “pasmoso ejemplo de levitación”, una y otra vez, con las manos cruzadas sobre el pecho hasta que, de pronto, ya no estaba vivo y es un muerto». Obsesiones reales que de forma magistral las une a experiencias literarias, para compararlas a la elipsis, algo que desaparece pero sabemos que está: «Pero, a su manera, el personaje de Drácula también es una especie de elipsis omnipresente en la novela Drácula» En La parte recordada el eje de todas las reflexiones es el proceso de la escritura; el protagonista propone escribir novelas que no lo parezcan, novelas únicas, sin tradición, sin marcas, novelas que definan al propio autor, único; por eso «No quería ascendencias ni descendencias. Quería empezar y terminar en sí mismo». El autor precisa o explica lo que ha pretendido con esta trilogía a través de su protagonista, quien, una vez analiza la población actual se percata de la deshumanización, provocada por la proliferación de críticos inmediatos sobre cualquier cosa de la que no entienden, la abundancia de gente sin opinión propia que vive en una sociedad sin sentido y sin futuro «en la que los aliens pacifistas y evolucionantes que habían dominado la Tierra se daban cuenta del pésimo negocio que habían hecho», y la importancia excesiva de los mass media que, junto a una invasión abrumadora de móviles, favorecen la pérdida de la percepción de la realidad. Si podemos vivir sin advertir la existencia objetiva es porque cada uno tenemos la nuestra propia, formada por la multitud de presentes que vivimos, incluyendo los pasados que transformamos en presente al recordarlos, incluyendo los futuros soñados que vivimos en el presente. Y esto lo consigue Rodrigo Fresán, y nos lo dice, «su sueño se había cumplido: ya no había diferencia perceptible entre lo recordado con exactitud y lo exactamente creado […] Por fin y en principio, nada siendo todo». Leer La parte recordada es como estar ante un tratado completo de escritura, literatura, música, cine y filosofía. Hay que leerlo despacio porque cada afirmación contiene, o no, un dato real que forma parte del sueño, del recuerdo o de la memoria, y hay que buscarlo, investigarlo por si acaso, Esto es lo que pide Fresán al lector: 7) Debe tener imaginación 8) Debe tener memoria 9) Debe tener un diccionario 10) Debe tener sentido artístico En realidad está definiendo al lector ideal, y quien propone este tipo de lector es, sin duda, el autor modelo, el autor completo, maduro, capaz de manejar el lenguaje de forma que refleje los momentos vividos, un lenguaje que nunca podrá ser desbancado por imágenes «los emojis “alteraban el cerebro de sus usuarios” porque éstos nunca estaban del todo seguros de sus significados y de si eran “irónicos o sinceros” en sus expresiones». Un lenguaje que será testigo de cómo el paso del tiempo consigue que no recordemos quiénes éramos o si lo hacemos, no lleguemos a reconocernos, por eso predominan las paradojas, las ambigüedades, los oxímoron, los antónimos, los neologismos que descolocan al lector que está ante un escritor o netxcritor o excritor que cuenta, hace unos minutos eternos, algo merecedor de Nasaplausos, salido de su mente demente. Y hay que disfrutarlo mientras dure. Como a las Pringles, porque lo más triste es no darnos cuenta de cuándo una persona, un país, ha perdido su identidad para formar parte de la igualación global sin percatarse de la implosión mediática, sin ser consciente de que las ventajas no son iguales para todos. «…un avión grande que los devolvió al parque de desatracciones que era su casa. Y así Penélope y él dejaron los mundos del ayer y del mañana y regresaron al mundo de hoy, de entonces». El autor-protagonista aparece como individuo que razona, que piensa una y otra vez en lo ocurrido, analiza las causas de todo para tener opinión propia, una identidad afianzada que no tenga que asirse a la política ni al compromiso único, porque el tiempo va pasando y hace que cambiemos de opinión si no queremos «depender: de su agente, de su editorial, de la crítica, de la gran masa lectora». Una vez que deja de lado las ataduras, sin importarle el qué dirán, reflexiona sobre todo lo ocurrido en esta sociedad global, aun sabiendo que proliferarán los detractores, para retirarse a «Abracadabra, a Monte Karma […] Allá va ahora para dejar de ir a cualquier otra parte». Y, afortunadamente, allí será él quien rija su propia realidad. Enlace: https://elblogaurisecular.bl.. + Leer más |
El escritor Daniel Guebel reflexiona sobre la última obra de Rodrigo Fresán, que cierra el tríptico iniciado en 2014 con "La parte inventada".
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El escritor Daniel Guebel reflexiona sobre la última obra de Rodrigo Fresán, que cierra el tríptico iniciado en 2014 con "La parte inventada".
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El escritor Daniel Guebel reflexiona sobre la última obra de Rodrigo Fresán, que cierra el tríptico iniciado en 2014 con "La parte inventada".
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El escritor argentino culmina con la hecatómbica ‘La parte recordada’ su tríptico sobre la disfuncional familia Karma y un escritor que dejó de escribir.
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La prosa de Fresán rebosa de varios de los elementos que, como en el collage, ponen en primer plano el artificio las metáforas, los oxímoros, las anáforas que no terminan nunca.
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Rodrigo Fresán cierra su trilogía sobre el trabajo del escritor con una obra que es a la vez cientos de novelas. Enlace: https://www.elperiodicodeara.. |
¿En qué año se publicó?