Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
Él disfrutaba con sus mentiras. A ella le gustaba el desafío.
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Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
Él disfrutaba con sus mentiras. A ella le gustaba el desafío.
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Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
Primero se ponía impaciente y después demasiado comprensivo, tranquilizador; en un rato, Miguel iba a hacer lo que ella más odiaba: la iba a tratar de loca.
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Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
Mi corazón latía tan fuerte que me dejaba sorda.
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Un lugar soleado para gente sombría de Mariana Enríquez
Yo la quise, pero no me caía bien. No me gustaba pasar tiempo con mi madre. Ella se sentía una ruina abandonada y esperaba la demolición.
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Un lugar soleado para gente sombría de Mariana Enríquez
Entiendo lo que pasa: cuando la miseria acecha de la forma en que acecha en mi país y en mi ciudad, si hay que recurrir a lo ilegal para sobrevivir, se recurre. Se gana más dinero que en un trabajo legal. Además, no hay tanto trabajo legal, para nadie. Y si vivir mejor implica un riesgo, bueno, hay mucha gente dispuesta a tomarlo.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Los fantasmas son reales. Y no siempre vienen los que uno llama.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Se lo habían enseñado hacía años: era mejor tratar de vivir con la mayor normalidad posible. Él podía conseguir cosas que para la mayoría de la gente eran imposibles. Cada conquista, sin embargo, cada ejercicio de la voluntad para lograr lo deseado, tenía un precio
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Porque cuando no se puede pelear, la única manera de estar en paz es rendirse.
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Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
"La chica, que era de nuestra edad y tenía el pelo atado en una cola de caballo, lo miró como una bruja, como una asesina, como si tuviera poderes. El chofer la dejó bajar y ella corrió hacia los árboles; desapareció en una nube de tierra cuando el ómnibus volvió a arrancar." (Los años intoxicados. Pág.53).
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
(…) pero pensó: a veces hay que mentir para cuidar. Ya te miento. Te oculto. Y te voy a seguir mintiendo.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
(…) pero no me preguntes si me gusta mi vida ni si soy feliz. Soy pobre y estoy enfermo. No tengo educación, no tengo familia, no tengo dinero. No creo ser capaz de trabajar. Necesito la asistencia que ustedes me ofrecen. Soy un sirviente.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
(…) lo voy a extrañar, pensó, me voy a alegrar cuando no esté porque va a ser más fácil dejar de estar triste sin él, pero lo voy a extrañar.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
No podía leer poesía ni cuentos ni lo que en general le gustaba: no lo distraían lo suficiente y hasta, a veces, algunas cosas lo hacían llorar. (…) No podía soportar leer cosas lindas ni cosas tristes.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Los fantasmas son reales. Y no siempre vienen los que uno llama.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
(…) había leído en algún lado —¿una revista?, ¿algún cuento?, no se acordaba— que, si se deseaba algo con fuerza, si uno se concentraba y cerraba los ojos y pedía lo que quería sinceramente, era posible conseguirlo.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Revisó lo que tenía para leer en la mesa de luz pero no tenía ganas de ninguno de los libros, ni de los de poesía, que le gustaban más que todos aunque no los entendiera, porque a veces leer dos palabras juntas en voz alta, cuando causaban un efecto hermoso, le daba ganas de llorar.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
– (…) ¿Por qué no tenés perro vos? – Papá odia a los animales. No era exactamente así; una vez le había dicho “no quiero nada vivo en esta casa”. Pero eso iba a sonar demasiado extraño (…) |
Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
A mí igual no me importa que mientas. (…) Pero con algunas cosas tenés que mentir mejor.
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Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
¿Sabés qué es lo mejor de los japoneses? Que clasifican fantasmas.
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Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
A mi marido no le gustaba Natalia. No le parecía atractiva físicamente, lo que era casi una locura de su parte: yo nunca había visto una mujer tan hermosa como ella. Pero, además, él la despreciaba porque Natalia tiraba las cartas, sabía de remedios caseros y, sobre todo, se comunicaba con espíritus.
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