Las ilusiones perdidas de
Honoré de Balzac
La sociedad, señora, cosa bien extraña, es mucho más indulgente con los jóvenes como él; los quiere, se deja seducir por el atractivo de sus prendas exteriores; no les exige nada, disculpa todos sus errores, da por descontada su perfección permaneciendo ciega a sus defectos, y los convierte así, finalmente, en sus niños mimados. Por el contrario, es de una severidad sin límites con las naturalezas fuertes e íntegras. Pero es precisamente así como la sociedad, aunque en apariencia puede parecer injusta, es tal vez sublime. Se divierte con los bufones, sin pedirles nada más que diversión, pero los olvida muy pronto, mientras que para doblar la rodilla ante la grandeza le exige a esta unas dotes divinas.