El Horla de Guy de Maupassant
¡Él debía llegar seguramente! ¿Por qué nosotros íbamos a ser los últimos?
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El Horla de Guy de Maupassant
¡Él debía llegar seguramente! ¿Por qué nosotros íbamos a ser los últimos?
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Los domingos de un burgués en París de Guy de Maupassant
- Hay palabras tan poderosas como leyes naturales, deslumbrantes como el sol, ensordecedoras como el trueno: ¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Fraternidad! Esas palabras sirven de bandera a los pueblos. Avalados por ellas, los hombres combatimos la tiranía. Mujeres, ahora debéis imitarnos, y haciendo uso de esas palabras, luchar por conquistar la independencia. Sed libres en el amor, en el hogar, en vuestro país. Equiparaos a nosotros en la familia, en la sociedad, y por encima de todo, iguales en la política y ante la ley. ¡Fraternidad! Sed nuestras hermanas, las compañeras de nuestros más ambicionsos proyectos, nuestras intrépidas aliadas. Tratad de que se os considere como a la mitad de la Humanidad, y no como a una parte inferior y ruin de la Humanidad.
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Los domingos de un burgués en París de Guy de Maupassant
El anhelo de amor y afectividad que suele acometer al ser humano a la hora del crepúsculo, cuando el velo de la noche comienza a descender, indolente, sobre el horizonte, y cuando todas las fragancias y los efluvios de la tierra nos extasían, suele entenderse a menudo como poesía.
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Los domingos de un burgués en París de Guy de Maupassant
- Un Gobierno, mi apreciado señor, debe presentarse al pueblo, procurando que lo conozcan. ¿Se puede, acaso, gobernar de otra manera? ¿Tiene otra razón de ser? El pueblo necesita estar informado. A tal hora de tal día el Gobierno pasará por tal calle. Así puede salirle al paso todo el mundo.
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Los domingos de un burgués en París de Guy de Maupassant
Subiendo, y sin dejar de resoplar, nuestro funcionario se esforzaba por representarse la figura de aquel coloso cuya fama llegaba hasta los más remotos confines del mundo, entre el odio desorbitado e implacable de ciertas personas, la indignación, fingida o verdadera, de los conservadores, el suspicaz desdén de algunos críticos y la admiración incondicional, la veneración, de una exorbitante mayoría, que se lo imaginaba como una especie de gigante barbudo, un goliat de aspecto imponente y aterrador, de voz ententória y modales huraños.
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Los domingos de un burgués en París de Guy de Maupassant
..., le preocupaba mucho decir alguna tontería, como suelen hacer a menudo las personas que hablan de artes que no practican y que apenas conocen, pues no le quedaba ya tiempo suficiente para ilustrarse.
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Los domingos de un burgués en París de Guy de Maupassant
Por fin entrevió el bosque, y, pese al espantoso bochorno, pese a la fatiga y al sudor abundante que bañaba su frente, pese a lo molesta de su indumentaria y a los tirones que le daba la mochila, corría, o más bien trotaba, dirigiéndose deprisa hacia la frondosidad, saltando con muchas contorsiones y poco avance como un jamelgo viejo y asmático.
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Cuentos esenciales de Guy de Maupassant
Él esbozó una sonrisa penosa, una de esas sonrisas con las que se disimulan los más horrendos sufrimientos, (...)
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Cuentos esenciales de Guy de Maupassant
Y él sufría aquel hechizo femenino, misterioso y omnipotente, aquella fuerza desconocida, aquella prodigiosa dominación, nacida no sabía de dónde, del demonio de la carne, y que pone al hombre más equilibrado a los pies de una cualquiera sin que nada en ella explique su poder fatal y soberano.
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El Horla de Guy de Maupassant
Desde que el hombre piensa, desde que aprendió a expresar y a escribir su pensamiento, se siente tocado por un misterio impenetrable para sus sentidos groseros e imperfectos, y trata de suplir la impotencia de dichos sentidos mediante el esfuerzo de su inteligencia.
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El Horla de Guy de Maupassant
Me pregunto si soy un loco. Paseando, a veces a pleno sol, a lo largo de la costa, he dudado de mi razón; no son dudas vagas como tenía antes, sino dudas precisas, absolutas.
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Bel Ami de Guy de Maupassant
Se sintió paralizado de temor y anhelante. Iba a dar su primer paso dentro de una existencia esperada, soñada tantas veces. Y avanzó a pesar de todo.
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Fuerte como la muerte de Guy de Maupassant
Y voy de camarada en camarada, de apretón de manos en apretón de manos, mendigando un poco de amistad. Recojo migajas que no llegan a formar un trozo. Te tengo a ti, sí, dulce amiga, pero no eres mía.
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Bola de sebo y otros relatos de Guy de Maupassant
Es mejor ser infeliz en el amor que infeliz en el matrimonio, pero algunas personas logran serlo en ambas situaciones. Guy de Maupassant |
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