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Una vida de Guy de Maupassant
Aquella mujer no era de la misma raza que los rústicos, que están sometidos a los bajos instintos. ¿Cómo había podido ceder y entregarse igual que esos salvajes?
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Una vida de Guy de Maupassant
Hay veces en que lloramos las ilusiones con la misma tristeza con que lloramos a los muertos.
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Una vida de Guy de Maupassant
Le inmutó el corazón la fuerte sacudida que trae consigo el recuerdo de algo bueno cuando ya ha concluido.
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Una vida de Guy de Maupassant
Caía en la cuenta por vez primera de que dos personas nunca logran conocerse hasta el alma, hasta el fondo de los pensamientos, de que caminan juntas, enlazadas a veces, pero no fundidas, y que la entidad moral de cada ser permanece en eterna soledad mientras viva.
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Una vida de Guy de Maupassant
Y ahora era su mujer. ¿Por qué haber caído tan pronto en el matrimonio, igual que en un agujero que se abre bajo los pasos?
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Una vida de Guy de Maupassant
Era como una sombra o un objeto familiar, un mueble dotado de vida que todo el mundo está acostumbrado a ver a diario, pero del que nadie echa nunca cuenta.
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Una vida de Guy de Maupassant
- Qué a gusto se está cuando se sueña a solas. Él la miró: - También pueden soñar dos juntos. |
La Noche de Guy de Maupassant
Amo la noche con pasión. La amo como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el aire cálido, en el aire ligero de las claras mañanas. El búho huye en la noche, negra sombra que atraviesa la oscuridad, y, alegre, embriagado por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro. El día me aburre y me fatiga. Es brutal y ruidoso. Me levanto con dificultad, me visto con desidia, salgo con desazón, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me pesa como si levantara una abrumadora carga. Pero cuando baja el sol, una alegría confusa invade todo mi cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra, me siento otro, más joven, más fuerte, más alerta, más dichoso. La veo espesarse, dulce sombra caída del cielo: anega la ciudad, como una onda inasible e impenetrable, oculta, borra y destruye los colores, las formas, envuelve las casas, los seres, los monumentos, con su abrazo imperceptible. + Leer más |
Bel Ami de Guy de Maupassant
La leyenda familiar se complacía con la imagen de los enamorados vadeando el crecido río, empapados como dos pájaros salvajes. Flaubert conocerá estos detalles y concede ese deseo de un matrimonio a medianoche a su Bovary. Aglaé sin embargo era poco bovarysta: «cabellos a lo Tito, atados con una cinta azul, enmarcando un rostro regordete, con ojos risueños y alegres2». Tenía sangre criolla. Según Laure, los ojos marrones de Guy, sorprendentes en un rostro rojizo, procedían de ella. Guy se le parecía más que al abuelo Jules, un sosías del «Señor Thiers», tan rácano y solapado. De cuerpo pesado, emprendedor, sombrío, ferozmente opuesto al Imperio, también librepensador, Jules Maupassant, había creado una explotación de trescientas hectáreas en La Neuville-Chant-d’Oisel1. Humanista de provincias, recibía a hombres de letras, políticos, liberales, artistas, entre ellos a Eugène Le Poittevin, el pintor de Étretat. Viudo, no pudo soportar el campo y regresó a Ruán, dejando el dominio a su hija Louise, que se había casado con Alfred Le Poittevin, el hermano de Laure. Cuando su hijo Gustave, a su vez, se casa con Laure, ambas familias quedarán enlazadas mediante esos matrimonios cruzados, como la madreselva y el avellano de las canciones medievales.
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El Horla de Guy de Maupassant
Tengo algo de fiebre desde hace unos días; me siento indispuesto, o mejor dicho me siento triste. ¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que mudan en desánimo nuestra felicidad y nuestra confianza en desamparo? Se diría que el aire, el aire invisible está lleno de incognoscibles Poderes, cuya misteriosa vecindad sufrimos. Me despierto pleno de gozo, con ganas de cantar en la garganta. -¿Por qué?-. Bajo hasta la orilla del río; y de pronto, tras un corto paseo, regreso desolado, como si alguna desgracia me esperase en casa.-¿Por qué?-.¿Es un escalofrío, rozándome la piel, ha roto mis nervios y ensombrecido el alma? ¿Es la forma de las nubes, o el color del día, el color de las cosas, tan variable, que, al pasar por mis ojos, ha perturbado mis pensamientos? ¡Quién sabe! Todo lo que nos rodea, todo lo que vemos sin mirarlo, todo lo que rozamos sin conocerlo, todo lo que tocamos sin palparlo, todo lo que encontramos sin distinguirlo, ¿tendrá sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, a través de ellos, sobre nuestras ideas, sobre nuestro propio corazón, efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables? + Leer más |
Sicilia de Guy de Maupassant
Esos hombres -los antiguos- tenían un alma y unos ojos que no se parecían en absoluto a los nuestros; y en sus venas, por su sangre, corría algo que ya ha desaparecido: el amor y la admiración por lo Bello.
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Sicilia de Guy de Maupassant
Las calles de Palermo no tienen nada de particular. Son amplias y hermosas en los barrios ricos, y se parecen, en los pobres, a todas las callejuelas estrechas, tortuosas y coloridas de las ciudades orientales.
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El collar de Guy de Maupassant
El marido, por las tardes, llenando la contabilidad de un comerciante; y a menudo, de noche, hacía de copista, a cinco sueldos la página
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El collar de Guy de Maupassant
Hubiera deseado tanto gustar, ser envidiada, ser seductora y solicitada
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El collar de Guy de Maupassant
Sufría sin cesar, porque se sentía nacida para todas las delicadezas y todos los lujos
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El collar de Guy de Maupassant
Era una de esas bonitas y encantadoras muchachas que nacen, como por un error del destino, en una familia de empleados
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