Los domingos de un burgués en París de Guy de Maupassant
Por fin entrevió el bosque, y, pese al espantoso bochorno, pese a la fatiga y al sudor abundante que bañaba su frente, pese a lo molesta de su indumentaria y a los tirones que le daba la mochila, corría, o más bien trotaba, dirigiéndose deprisa hacia la frondosidad, saltando con muchas contorsiones y poco avance como un jamelgo viejo y asmático.
|