Síbaris: 521 de Domingo Villar
"Y si todos esos que me admiran pudiese ver mi interior, entenderían que lo que tanto aprecian es una soga que me quita el aire"
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Síbaris: 521 de Domingo Villar
"Y si todos esos que me admiran pudiese ver mi interior, entenderían que lo que tanto aprecian es una soga que me quita el aire"
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El último barco de Domingo Villar
Tú eres policía, Leo, es lógico que te preocupen esas cosas, pero a mí me preocupa que las viñas arranquen bien y que llueva lo que tiene que llover cuando llegue la primavera. Puedo convivir con el miedo a morirme, pero no quiero tener también miedo a vivir.
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Ojos de agua de Domingo Villar
Ya sabes que el ignorante afirma mientras el sabio duda y reflexiona.
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
Nós viviamos do porto, os nosos fillos pretenden vivir da praia.
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El último barco de Domingo Villar
Si te gusta Galicia, y disfrutas con una buena historia, este es tu libro!!! A través de sus páginas podrás hacer un viaje al otoño gallego. Esta historia, que te engancha desde la primera página, esta tan bien escrita que de pronto te encontrarás junto a Leo Caldas, el protagonista, y su equipo, investigando junto al mar. Es una obra maestra!! Todo empieza con la desaparición de una chica que no acude a una comida familiar…. |
Ojos de agua de Domingo Villar
-A xente do mar coñece o risco, (...) Todos saben que poden morrer calquera dia. O desasosego non o produce a morte, prodúceo o non ter corpo que enterrar. Cando un barco afunde e os afogados non saen á superficie, as familias quedan en terra chorando pantasmas.
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
Para Estévez, la franqueza extrema era una virtud. Caldas, en cambio, solo veía en ella una excusa, una máscara tras la que ocultar la crueldad.
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El último barco de Domingo Villar
—De todas formas, es bueno volver la vista atrás para aprender de las cosas que se hicieron bien y mal, pero no se puede vivir mirando constantemente postales antiguas.
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El último barco de Domingo Villar
El dolor siempre era más grande cuando la realidad extinguía la esperanza.
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El último barco de Domingo Villar
―¿La conoce? El marinero hizo un gesto que el policía no supo desentrañar. ―Me quiere sonar ―respondió. ―¿Le quiere sonar? El marinero volvió a mirar la foto. ―Sí ―dijo con gravedad. ―¿Pero qué mierda de respuesta es esa? El marinero dio un respingo. ―¿Cómo? El ayudante de Caldas apoyó en la fotografía un dedo que tapó el rostro de la hija del médico. ―¿La conoce o no la conoce? ―preguntó―. ¡Me cago en mis muertos a caballo! El marinero se encogió en la silla. ―Creo que sí. ―Pues dígalo, coño. Que es lo que le estoy preguntando. |
El último barco de Domingo Villar
―¿Qué es esto? ―preguntó. Se había acercado al remolque y examinaba su contenido con el rostro arrugado. ―Son algas ―dijo el hombre. ―Ya lo veo ―replicó el ayudante del inspector―. Pero ¿para qué las quiere? Caldas vio el recelo dibujarse en los ojos del hombre y respondió por él: ―Para abono ―dijo―. ¿Verdad? ―Claro. ―¿Y qué piensa abonar? ―preguntó el aragonés. ―La huerta de casa ―contestó el otro, con naturalidad. ―Puf ―resopló Estévez―. Pues sí que va a oler bien. ―No se lo tenga en cuenta ―dijo Caldas―, es que en su tierra no hay algas. ―¿Y con qué abonan? ―preguntó el hombre. Estévez se encogió de hombros. ―No sé… ―dudó―. Con estiércol. ―Ah ―dijo el hombre, y guiñó un ojo al inspector ―, pues seguro que allí huele mejor. |
El último barco de Domingo Villar
Una perrilla blanca que apenas levantaba un palmo del suelo aprovechó el resquicio abierto por su dueña para escaparse. ―La jodimos ―murmuró Rafael Estévez al verla salir. ―No se preocupe, Medusa no hace nada ―sonrió la mujer antes de desaparecer en el interior de la vivienda. Al principio la perra se alejó correteando por el atrio pero, como Estévez había sospechado, en cuanto husmeó su presencia en el aire regresó a la carrera para concentrarse en él. |
El último barco de Domingo Villar
Lo tranquilizador de algunos libros es que al final sabes que van a ganar los buenos. Al menos, sabes que van a acabar devolviendo un poco de orden al caos.
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Ojos de agua de Domingo Villar
Pero Caldas buscó instintivamente el paquete de tabaco que guardaba en el bolsillo. Alba solía reprocharle su costumbre de encender un cigarrillo al entablar una conversación, que se protegiese de su timidez tras un escudo de humo.
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Ojos de agua de Domingo Villar
Volvió a tener la impresión de que estaba pasando por alto algún detalle importante. No podía identificarlo, pero una pequeña lucecita brillaba en su interior susurrándole que alguna pieza no encajaba en aquel puzzle. Conocía aquella sensación y se fiaba de su instinto. Estaba seguro de que, por pequeño que fuera, lo que ahora se escondía en algún rincón de su cabeza terminaría por mostrarse de un modo repentino más tarde o más temprano
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
El inspector cerró los ojos y Estévez encendió la radio, que en aquel momento adelantaba las noticias locales. El boletín no hizo referencia al marinero ahogado. Se limitó a informar de la previsión meteorológica y el aumento de peatones atropellados en las calles de la ciudad. —Pues yo hace tiempo que no atropello a nadie —comentó Estévez de pronto—. La última vez fue en Zaragoza, pero ya hace más de tres años. Los párpados de Leo Caldas se abrieron como impulsados por un resorte. —No lo echarás de menos… —inquirió. —No diga tonterías, ¿quiere? —Pues mejor. Mientras estés a mis órdenes te prohíbo atropellar a nadie. |
La playa de los ahogados de Domingo Villar
(…) Tras unas pocas horas sin lluvia, una bóveda de nubes negras se había situado sobre la ciudad y comenzaba a vaciarse nuevamente sobre ella. Estévez caminaba pegado a las paredes tratando de protegerse del agua. Su gabardina colgaba en un perchero de la comisaría. Se preguntaba en voz alta cómo podían los gallegos entender que en pocas horas una mañana primaveral se transformase en invierno, y lanzaba un juramente si algún goterón se colaba entre las cornisas y hacía blanco en su cabeza. A su lado, el inspector avanzaba en silencio, sin confesarle que se limitaban a convivir con el clima sin tratar de comprenderlo. |
La playa de los ahogados de Domingo Villar
—¿Pero nunca habías visto un ahogado? —se sorprendió Caldas. —En Zaragoza a veces teníamos que recoger del río a algún suicida, pero yo nunca me acerqué demasiado. Ya sabe que no me gustan los muertos, inspector —dijo el ayudante con un asomo de timidez. —Tampoco tú gustas demasiado a los vivos —murmuró Caldas (…). |
La playa de los ahogados de Domingo Villar
En cuanto Cristina se perdió en el vocerío del comedor, Rafael Estévez protestó: —No sé para qué coño pregunto nada a esta gente. Estévez reparó en que Caldas le miraba en silencio desde el otro lado de la mesa. —Perdone, jefe —se disculpó—. A veces se me olvida que es usted uno de ellos. |
Ojos de agua de Domingo Villar
—Qué gusto da encontrar gente amable —agregó Rafael Estévez guiñando un ojo a la chica, quien le devolvió la sonrisa al levantarse a recoger las páginas impresas. Leo Caldas no reconocí a su ayudante en aquel adulador de mirada beatífica. Pensaba que una inclinación natural a la barbarie le mantenía apartado de los caminos del amor. —¿Rafa, intentas ligar? —le preguntó en voz baja. Estévez aproximó sus labios al oído de su superior. —Ahora comprendo que haya llegado tan pronto a inspector —susurró—. Es usted un lince. Caldas no le contestó. Su absurda pregunta tenía bien merecida la respuesta burlona de Estévez. |
Cual es el nombre completo de Dumbeldore?