El último barco de Domingo Villar
—De todas formas, es bueno volver la vista atrás para aprender de las cosas que se hicieron bien y mal, pero no se puede vivir mirando constantemente postales antiguas.
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El último barco de Domingo Villar
—De todas formas, es bueno volver la vista atrás para aprender de las cosas que se hicieron bien y mal, pero no se puede vivir mirando constantemente postales antiguas.
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Ojos de agua de Domingo Villar
Ya sabes que el ignorante afirma mientras el sabio duda y reflexiona.
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Ojos de agua de Domingo Villar
-A xente do mar coñece o risco, (...) Todos saben que poden morrer calquera dia. O desasosego non o produce a morte, prodúceo o non ter corpo que enterrar. Cando un barco afunde e os afogados non saen á superficie, as familias quedan en terra chorando pantasmas.
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El último barco de Domingo Villar
Lo malo no es entregarse a una pasión con más o menos años. Lo terrible es morirse sin haberla buscado. Por desidia o porque la vida no le haya permitido a uno hacerlo.
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El último barco de Domingo Villar
Tú eres policía, Leo, es lógico que te preocupen esas cosas, pero a mí me preocupa que las viñas arranquen bien y que llueva lo que tiene que llover cuando llegue la primavera. Puedo convivir con el miedo a morirme, pero no quiero tener también miedo a vivir.
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El último barco de Domingo Villar
Si te gusta Galicia, y disfrutas con una buena historia, este es tu libro!!! A través de sus páginas podrás hacer un viaje al otoño gallego. Esta historia, que te engancha desde la primera página, esta tan bien escrita que de pronto te encontrarás junto a Leo Caldas, el protagonista, y su equipo, investigando junto al mar. Es una obra maestra!! Todo empieza con la desaparición de una chica que no acude a una comida familiar…. |
El último barco de Domingo Villar
―¿La conoce? El marinero hizo un gesto que el policía no supo desentrañar. ―Me quiere sonar ―respondió. ―¿Le quiere sonar? El marinero volvió a mirar la foto. ―Sí ―dijo con gravedad. ―¿Pero qué mierda de respuesta es esa? El marinero dio un respingo. ―¿Cómo? El ayudante de Caldas apoyó en la fotografía un dedo que tapó el rostro de la hija del médico. ―¿La conoce o no la conoce? ―preguntó―. ¡Me cago en mis muertos a caballo! El marinero se encogió en la silla. ―Creo que sí. ―Pues dígalo, coño. Que es lo que le estoy preguntando. |
Síbaris: 521 de Domingo Villar
"Y si todos esos que me admiran pudiese ver mi interior, entenderían que lo que tanto aprecian es una soga que me quita el aire"
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
Para Estévez, la franqueza extrema era una virtud. Caldas, en cambio, solo veía en ella una excusa, una máscara tras la que ocultar la crueldad.
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El último barco de Domingo Villar
―¿Qué es esto? ―preguntó. Se había acercado al remolque y examinaba su contenido con el rostro arrugado. ―Son algas ―dijo el hombre. ―Ya lo veo ―replicó el ayudante del inspector―. Pero ¿para qué las quiere? Caldas vio el recelo dibujarse en los ojos del hombre y respondió por él: ―Para abono ―dijo―. ¿Verdad? ―Claro. ―¿Y qué piensa abonar? ―preguntó el aragonés. ―La huerta de casa ―contestó el otro, con naturalidad. ―Puf ―resopló Estévez―. Pues sí que va a oler bien. ―No se lo tenga en cuenta ―dijo Caldas―, es que en su tierra no hay algas. ―¿Y con qué abonan? ―preguntó el hombre. Estévez se encogió de hombros. ―No sé… ―dudó―. Con estiércol. ―Ah ―dijo el hombre, y guiñó un ojo al inspector ―, pues seguro que allí huele mejor. |
El último barco de Domingo Villar
Lo tranquilizador de algunos libros es que al final sabes que van a ganar los buenos. Al menos, sabes que van a acabar devolviendo un poco de orden al caos.
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El último barco de Domingo Villar
Podías resolver un caso, pero rara vez podías recomponer lo que se había resquebrajado en el camino.
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El último barco de Domingo Villar
El dolor siempre era más grande cuando la realidad extinguía la esperanza.
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Ojos de agua de Domingo Villar
Volvió a tener la impresión de que estaba pasando por alto algún detalle importante. No podía identificarlo, pero una pequeña lucecita brillaba en su interior susurrándole que alguna pieza no encajaba en aquel puzzle. Conocía aquella sensación y se fiaba de su instinto. Estaba seguro de que, por pequeño que fuera, lo que ahora se escondía en algún rincón de su cabeza terminaría por mostrarse de un modo repentino más tarde o más temprano
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
El inspector cerró los ojos y Estévez encendió la radio, que en aquel momento adelantaba las noticias locales. El boletín no hizo referencia al marinero ahogado. Se limitó a informar de la previsión meteorológica y el aumento de peatones atropellados en las calles de la ciudad. —Pues yo hace tiempo que no atropello a nadie —comentó Estévez de pronto—. La última vez fue en Zaragoza, pero ya hace más de tres años. Los párpados de Leo Caldas se abrieron como impulsados por un resorte. —No lo echarás de menos… —inquirió. —No diga tonterías, ¿quiere? —Pues mejor. Mientras estés a mis órdenes te prohíbo atropellar a nadie. |
La playa de los ahogados de Domingo Villar
Esto es lo de siempre, aquí la gente abre la boca para no decir nada
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
Oye Leo, ¿cómo se llamaba aquel novio de Laura, que era tonto del culo?
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
Los demás no tenemos culpa que usted no tenga más vida que el trabajo
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
Esto es lo de siempre, aquí la gente abre la boca para no decir nada
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Gregorio Samsa es un ...