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El último barco de Domingo Villar
Lo malo no es entregarse a una pasión con más o menos años. Lo terrible es morirse sin haberla buscado. Por desidia o porque la vida no le haya permitido a uno hacerlo.
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Calificación promedio: 5 (sobre 212 calificaciones)
/El 10 de junio de 2022 se celebró en la Feria del Libro de Madrid un homenaje al escritor Domingo Villar, fallecido recientemente. Participaron: Ofelia Grande, Toni Garrido, Marta Rivera de la Cruz, Pablo Bonet, Fernando Valverde, Luis Solano, Anna Soler-Pont, Berna G. Harbour y Beatriz Lozano, esposa de Domingo. Domingo Villar fue el autor de tres exitosas novelas policiacas protagonizadas por el inspector gallego Leo Caldas ("Ojos de agua", "La playa de los ahogados" y "El último barco") y la colección de relatos "Algunos cuentos completos".
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El último barco de Domingo Villar
Lo malo no es entregarse a una pasión con más o menos años. Lo terrible es morirse sin haberla buscado. Por desidia o porque la vida no le haya permitido a uno hacerlo.
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El último barco de Domingo Villar
―¿La conoce? El marinero hizo un gesto que el policía no supo desentrañar. ―Me quiere sonar ―respondió. ―¿Le quiere sonar? El marinero volvió a mirar la foto. ―Sí ―dijo con gravedad. ―¿Pero qué mierda de respuesta es esa? El marinero dio un respingo. ―¿Cómo? El ayudante de Caldas apoyó en la fotografía un dedo que tapó el rostro de la hija del médico. ―¿La conoce o no la conoce? ―preguntó―. ¡Me cago en mis muertos a caballo! El marinero se encogió en la silla. ―Creo que sí. ―Pues dígalo, coño. Que es lo que le estoy preguntando. |
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El último barco de Domingo Villar
―¿Qué es esto? ―preguntó. Se había acercado al remolque y examinaba su contenido con el rostro arrugado. ―Son algas ―dijo el hombre. ―Ya lo veo ―replicó el ayudante del inspector―. Pero ¿para qué las quiere? Caldas vio el recelo dibujarse en los ojos del hombre y respondió por él: ―Para abono ―dijo―. ¿Verdad? ―Claro. ―¿Y qué piensa abonar? ―preguntó el aragonés. ―La huerta de casa ―contestó el otro, con naturalidad. ―Puf ―resopló Estévez―. Pues sí que va a oler bien. ―No se lo tenga en cuenta ―dijo Caldas―, es que en su tierra no hay algas. ―¿Y con qué abonan? ―preguntó el hombre. Estévez se encogió de hombros. ―No sé… ―dudó―. Con estiércol. ―Ah ―dijo el hombre, y guiñó un ojo al inspector ―, pues seguro que allí huele mejor. |
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
El inspector cerró los ojos y Estévez encendió la radio, que en aquel momento adelantaba las noticias locales. El boletín no hizo referencia al marinero ahogado. Se limitó a informar de la previsión meteorológica y el aumento de peatones atropellados en las calles de la ciudad. —Pues yo hace tiempo que no atropello a nadie —comentó Estévez de pronto—. La última vez fue en Zaragoza, pero ya hace más de tres años. Los párpados de Leo Caldas se abrieron como impulsados por un resorte. —No lo echarás de menos… —inquirió. —No diga tonterías, ¿quiere? —Pues mejor. Mientras estés a mis órdenes te prohíbo atropellar a nadie. |
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Ojos de agua de Domingo Villar
Volvió a tener la impresión de que estaba pasando por alto algún detalle importante. No podía identificarlo, pero una pequeña lucecita brillaba en su interior susurrándole que alguna pieza no encajaba en aquel puzzle. Conocía aquella sensación y se fiaba de su instinto. Estaba seguro de que, por pequeño que fuera, lo que ahora se escondía en algún rincón de su cabeza terminaría por mostrarse de un modo repentino más tarde o más temprano
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El último barco de Domingo Villar
Lo tranquilizador de algunos libros es que al final sabes que van a ganar los buenos. Al menos, sabes que van a acabar devolviendo un poco de orden al caos.
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El último barco de Domingo Villar
Podías resolver un caso, pero rara vez podías recomponer lo que se había resquebrajado en el camino.
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Ojos de agua de Domingo Villar
Rafael Estévez había recalado en Galicia pocos meses atrás. Su traslado se debía, según se rumoreaba en comisaría, a un castigo que alguien le había impuesto en su Zaragoza natal. El agente había aceptado sin especial desagrado trabajar en Vigo, aunque había algunas cosas a las que le estaba costando más tiempo del previsto acostumbrarse. Unaa era lo impredecible del clima, en variación constante, otra la continua pendiente de las calles de la ciudad, la tercer era la ambigüedad. En la recia mente aragonesa de Rafael Estévez las cosas eran o no eran, se hacían o se dejaban de hacer, y le suponía un considerable esfuerzo desentrañar las expresiones cargadas de vaguedades de sus nuevos conciudadanos.
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La playa de los ahogados de Domingo Villar
(…) Tras unas pocas horas sin lluvia, una bóveda de nubes negras se había situado sobre la ciudad y comenzaba a vaciarse nuevamente sobre ella. Estévez caminaba pegado a las paredes tratando de protegerse del agua. Su gabardina colgaba en un perchero de la comisaría. Se preguntaba en voz alta cómo podían los gallegos entender que en pocas horas una mañana primaveral se transformase en invierno, y lanzaba un juramente si algún goterón se colaba entre las cornisas y hacía blanco en su cabeza. A su lado, el inspector avanzaba en silencio, sin confesarle que se limitaban a convivir con el clima sin tratar de comprenderlo. |
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Ojos de agua de Domingo Villar
—Qué gusto da encontrar gente amable —agregó Rafael Estévez guiñando un ojo a la chica, quien le devolvió la sonrisa al levantarse a recoger las páginas impresas. Leo Caldas no reconocí a su ayudante en aquel adulador de mirada beatífica. Pensaba que una inclinación natural a la barbarie le mantenía apartado de los caminos del amor. —¿Rafa, intentas ligar? —le preguntó en voz baja. Estévez aproximó sus labios al oído de su superior. —Ahora comprendo que haya llegado tan pronto a inspector —susurró—. Es usted un lince. Caldas no le contestó. Su absurda pregunta tenía bien merecida la respuesta burlona de Estévez. |
"El segundo sexo" de Simone de Beauvoir es ...