La cruz ardiente de
Diana Gabaldon
Estrechó a Claire contra sí, curvando la mano libre contra la parte baja de su vientre. Ella suspiró con un dejo de dolor físico y se acomodó también, anidando el trasero el tazón de sus muslos. Jamie sintió que comenzaba la fusión al relajarse ella; era ese extraño mezclarse de cuerpos.
Al principio ocurría sólo cuando la poseía, y solamente al terminar. Después, cada vez con más frecuencia, hasta que el mero contacto de su mano fue a un tiempo invitación y realización, una entrega inevitable, ofrecida y aceptada. De vez en cuando se resistía, sólo para comprobar que era posible, pues de pronto temía perderse a sí mismo.
Confiaba en que era lo correcto. Lo decía la Biblia: «Seréis una solo carne» y «Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre». Jamie había sobrevivido a una separación, pero no podría pasar por otra y continuar viviendo.