La cruz ardiente de Diana Gabaldon
Pero aun suponiendo que sepas nadar, MacKenzie, y que el señor Fraser pueda mantenerse a flote… no creo que la señora pueda, ¿verdad? Con tantas faldas y enaguas… —Movió la cabeza, con los labios fruncidos en un gesto caviloso—. Se iría al fondo como una piedra. —¿Claire? —dijo Jamie. Percibí la nota tensa en su voz. Con un suspiro, extraje la pistola que escondía bajo la chaqueta, cruzada en mi regazo. —Bien —dije—. ¿Contra cuál disparo? |