Los que amamos leer siempre tenemos un puñadito de autores -nunca más que los dedos de una mano- a los que volvemos constantemente, a los que acudimos en momentos de duda, y a los que podemos dejar sin leer mucho tiempo, pero nunca los olvidamos, como no se olvida al maestro que te enseñó a sumar. Para mí, Albert Camus es uno de esos faros. Uno de esos autores que te ayudan a entender tiempos difíciles. Y las Cartas a un amigo alemán son un testimonio de tiempos muy, muy difíciles: son cartas publicadas en la época en que Camus trabajaba en la clandestinidad, en la Resistencia francesa de la Segunda Guerra Mundial. Son un documento brevísimo, que tenía sentido en un momento y en un lugar concretos, que sirvieron para inspirar y animar a los demócratas en una hora muy oscura. Sin embargo, y aunque en un principio Camus no aceptó que estas cartas fueran publicadas en formato de libro, terminó accediendo, agregándole un prefacio para aclarar que, aunque en el fragor de la guerra era aceptable hablar de Alemania o Francia como enemigos, una vez terminada la lucha se hacía necesario dejar en claro que la verdadera enemistad era entre los nazis y los europeos libres. Que verdugos, víctimas y personas nobles hubo y habrá en todas partes. En las cuatro breves cartas, Camus plantea las diferencias entre él y su antiguo amigo, a quien ya no puede aceptar. Nos cuenta cómo ambos partieron de un pensamiento común, aceptando el sinsentido de la vida humana. Pero, mientras el amigo alemán se refugiaba en el instinto, en la voluntad de dominio y en la parte más violenta de los hombres, buscando simplemente el poder, Camus pensaba, primero sólo como intuición y luego viéndolo ya más claro, que la injusticia no puede ser el ideal, que tiene que ser rechazada siempre. Que aunque la vida no tenga sentido "en abstracto", sí que la tiene "en concreto", para el Juan, Pedro o María que cruzamos en la calle. Y por eso, es necesario defender lo justo. Esa diferencia, dirá Camus, es lo que le hizo a él y a los suyos dudar mucho antes de acometer la guerra. Es la ventaja de los verdugos, el paso adelante de los que aman destruir. Y es también su perdición: porque mientras los violentos y asesinos no tienen escrúpulos, aquellos que piensan antes de batallar tienen algo más que brutalidad. Tienen ideales, y un sueño que defender, cuestión que los verdugos nunca tendrán. En fin, una obra amarga quizá. Quizá demasiado solemne y pontificante, quizá demasiado seria. Pero hay momentos -muy escasos, sí- en que la propia alegría resulta frívola, y la solemnidad es el único tono posible. Y para momentos así, Albert Camus es el hombre indicado. + Leer más |