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Ojos de perro azul de Gabriel García Márquez
Yo me movía sin dirección, sin voluntad. Me sentía convertida en una pradera desolada, sembrada de algas y líquenes, de hongos viscosos y blandos, fecundada por la repugnante flora de la humedad y las tinieblas.
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Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad.
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La hojarasca de Gabriel García Márquez
Creí que un muerto parecía una persona quieta y dormida y ahora veo que es todo lo contrario. Veo que parece una persona despierta y rabiosa después de una pelea.
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Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Uno no muere cuando debe sino cuando puede. Aureliano Buendia
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Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
-- ¿Cómo está, coronel? --le dijo al pasar. -- Aquí --contestó él--. Esperando que pase mi entierro. |
Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
"Ya esto me lo sé de memoria", gritaba Úrsula. "Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio".
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Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
En cierta ocasión en que el padre Nicanor llevó al castaño un tablero y una caja de fichas para invitarlo a jugar a las damas, José Arcadio Buendía no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios. El padre Nicanor, que jamás había visto de ese modo el juego de damas, no pudo volverlo a jugar.
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Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Sólo él sabía entonces que su aturdido corazón estaba condenado para siempre a la incertidumbre.
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Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
—No nos iremos —dijo—. Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo. —Todavía no tenemos un muerto —dijo él—. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. Úrsula replicó, con una suave firmeza: —Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero. |
Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Según él mismo le contó a José Arcadio Buendía mientras lo ayudaba a montar el laboratorio, la muerte lo seguía a todas partes, husmeándole los pantalones, pero sin decidirse a darle el zarpazo final. Era un fugitivo de cuantas plagas y catástrofes habían flagelado al género humano. Sobrevivió a la pelagra en Persia, al escorbuto en el archipiélago de Malasia, a la lepra en Alejandría, al beriberi en el Japón, a la peste bubónica en Madagascar, al terremoto de Sicilia y a un naufragio multitudinario en el estrecho de Magallanes. Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus, era un hombre lúgubre, envuelto en un aura triste, con una mirada asiática que parecía conocer el otro lado de las cosas. Usaba un sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo, y un chaleco de terciopelo patinado por el verdín de los siglos. Pero a pesar de su inmensa sabiduría y de su ámbito misterioso tenía un peso humano, una condición terrestre que lo mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana. Se quejaba de dolencias de viejo, sufría por los más insignificantes percances económicos y había dejado de reír desde hacía mucho tiempo, porque el escorbuto le había arrancado los dientes.
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Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Fernanda, en cambio, lo buscó únicamente en los trayectos de su itinerario cotidiano, sin saber que la búsqueda de las cosas perdidas está entorpecida por los hábitos rutinarios, y por eso cuesta tanto trabajo encontrarlas.
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Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez
"Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es"
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Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez
[...] no había un percance público más vergonzoso para una mujer que quedarse plantada con el vestido de novia.
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El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez
–¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –le preguntó.Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.—Toda la vida —dijo.
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Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez Por fortuna hay libros que no son de quien los escribe sino de quien los sufre, y éste es uno de ellos. |
En agosto nos vemos de Gabriel García Márquez
Cuando acabó de secarse sopesó en el espejo sus senos redondos y altivos a pesar de sus dos partos. Se estiró las mejillas hacia atrás con los cantos de las manos para acordarse de cómo había sido joven. Pasó por alto las arrugas del cuello, que ya no tenían remedio, y se revisó los dientes perfectos y recién cepillados después del almuerzo en el transbordador
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¿Con qué frase empieza esta novela?