El mal del ignorante es ignorar su propia ignorancia.
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El mal del ignorante es ignorar su propia ignorancia.
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Uno no elige las circunstancias, es esclavo de ellas.
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Si decimos la verdad, no tenemos que acordarnos de nada; pero si mentimos, deberemos recordar cada una de nuestras mentiras. Por esa razón es posible atrapar siempre a un mentiroso —zanjó Bizén con mucha firmeza —.
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Cuando uno busca un secreto, corre el riesgo de destapar otros —advirtió el monje—. Por eso hay que extremar la precaución.
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—Yo creo que no nos podemos fiar de nadie, ni de nuestra sombra que a cada hora cambia de lugar y de noche se esconde.
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—Mis hermanos tuvieron la suerte de armarse caballeros, como mi padre y mi abuelo. Yo no tengo espada, solo una pluma; ni escudo, tan solo un libro que leer.
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Cada hombre guarda, al menos, un secreto inconfesable —le susurró—; debéis manteneros firmes ante aquellos que no queráis descubrir. Todos nos creemos capaces de mantener una mentira, pero nada hay más lejos de la verdad. Exige mucho esfuerzo y concentración y, si nos relajamos un instante, todo puede quedar al descubierto.
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Cuando la gente de la ciudad hablaba de los monasterios solo nombraba a los monjes y el abad. Se olvidaban a menudo de todas las demás personas que los poblaban.
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Este monasterio no es solo una muralla, una iglesia y un claustro. Veruela es lo más parecido a una gran ciudad.
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Aquí se cuentan historias de moros, de judíos, de nigromantes, de brujas, de diablillos...; todas las leyendas y supersticiones que hayáis podido oír en mil viajes las encontráis resumidas aquí, porque están todas. Hasta cuentan que Hércules vino a estas tierras y peleó con dos gigantes.
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