La casa del tiempo perdido está cubierta de hiedra, por un lado, y de cenizas, por el otro....
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La casa del tiempo perdido está cubierta de hiedra, por un lado, y de cenizas, por el otro....
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Y luego, empezando a bajar ya por la escalera, me pregunté si hubo alguna vez una explicación que explicara algo....
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Uno podía pasar al otro lado. Ocurre en ocasiones que un muro es muro y puerta al mismo tiempo....
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Alguien que acababa de colocarse a mi lado, Samuel Branner, una autoridad mundial en el tema de la ambigüedad, me comentó: no hay como no ir nada borracho para acabar pareciéndolo.
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Todo aquello no podía resultar más sorprendente para mí, tal vez porque llevaba una larga temporada identificando al enigma de Montevideo con el del universo, del mismo modo que la ambigüedad se había convertido para mí en el rasgo más caracterÍstico del mundo en el que estamos.
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Para mí, París, en aquella primera estancia de dos años, fue sólo un lugar donde ejercí exclusivamente de vendedor de droga y, durante un breve periodo de tres meses que pasó volando, fui un consumidor habitual de ácido lisérgico, de LSD, lo que me hizo comprender que lo que llamamos «realidad» no es una ciencia exacta, sino más bien un pacto entre mucha gente, entre muchos conjurados que un día en tu ciudad natal, por ejemplo, deciden que la avenida Diagonal es un paseo con árboles cuando en realidad, si tomas tu ácido, puedes ver que es un zoológico atiborrado de fieras y de cotorras con vida propia, todas sueltas, algunas subidas a las copas de los árboles.
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Pensé: el mundo está lleno de personas inteligentes a las que arrojas un balón y, en lugar de atraparlo y devolverlo, se quedan con él para luego monólogar y dar signos de no amar la conversación....
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En realidad, lo visible no es sino un resto de lo invisible.
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Después del fragmento «París» y de mi fulminante y a veces, sólo a veces, angustioso bloqueo como escritor, tuve la impresión indemostrable de que la gente había empezado a conjurarse para que viviera historias que, a la larga, exigieran de mí que fueran narradas y me devolvieran al «recto camino». Inicié una cierta resistencia a esto, pero me di cuenta de que, con resistencia o sin ella, vivía más para escribir, aunque no escribiera.
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La puerta, decía Cirlot, es una invitación a penetrar en el misterio, lo opuesto al muro, que sería lo masculino. Sus palabras no podían ser más aplicables a mi relación hasta entonces con «La puerta condenada». Y pensé que llevaba toda la razón Cirlot cuando decía que las puertas eran umbral, tránsito, pero también parecían ligadas a la idea de casa, patria, mundos que abandonábamos para luego retornar. |
Gregorio Samsa es un ...