Se puede vivir sin el marido, se lo digo yo. A veces hasta es mejor vivir sin el marido. No se puede vivir sin el hijo.
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Se puede vivir sin el marido, se lo digo yo. A veces hasta es mejor vivir sin el marido. No se puede vivir sin el hijo.
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Creo que adquirí la certeza de la muerte, la conciencia de que el mundo también le podía hacer un daño físico e irreparable a los tuyos, aquel día de primavera.
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De una tacada aprendí tres cosas. La primera fue que los niños también se morían. La segunda fue que las fronteras se podían mover. La tercera fue que mi madre también conocía el miedo… Y de las tres, la que más me asustaba era la última |
Veníamos del silencio. Íbamos hacia el ruido más absoluto. Éramos ese viaje de sordos. Nosotros. Desmemoriados. Olvidadizos. Amnésicos. Desagradecidos. Los que nunca te dijimos siempre. Los que siempre te dijimos nunca. |
A veces crees que le das un hogar a alguien, un sustento, una oportunidad, un futuro, en definitiva. Pero es justo a la inversa :esa persona que llega de fuera es la que te lo va a dar a ti.
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Los rumores. Son como un resfriado, hijo. Empiezan por una tos de nada y pueden terminar en una pulmonía. Empiezan por una desgracia seguida de otra y terminan por el sanbenito que te cuelgan en el pueblo
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No da miedo el silencio con el que vive una sorda, señorita. Da miedo el silencio con el que vive la que puede oír a las mil maravillas, pero no tiene ruidos cerca. O no los quiere. O huye de ellos como del demonio. Porque se cree que toda la vida los va a tener ahí. Y no. El primer silencio es ley de vida. No sé si me explico. El segundo silencio es la misma muerte. |
No me asusta que algo esté roto aquí dentro. Lo que me asusta es que esté escacharrado lo de fuera. Saber que, aunque oyera, aunque Dios me devolviera los oídos, no tengo nada que llevarme a las orejas. Mismamente.
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Porque lo malo no es el silencio que lleva dentro una, señorita, como si fuese un luto que no tiene remedio. Lo malo son los silencios de afuera. Cuando no tienes a nadie que te ponga el brazo.
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Salíamos de sus entrañas, de aquellos que nacieron para conjurar la muerte y la ausencia. Veníamos de sus ganas de pasar página, de sus ganas de que aprendiéramos a leerlas.
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