En aquella España bajo cero, la infancia era el único deshielo posible.
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En aquella España bajo cero, la infancia era el único deshielo posible.
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Y yo sentí lo de otras veces: que entrar a un pueblo en medio de la oscuridad era como estrecharle la mano a una persona sin poder verle la cara.
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“un niño puede escalavrarse con be o con uve y llenarse de costras las rodillas, pero tiene que reír y sacar un parchís y ganarle a una vieja y querer vivir siempre. Que luego ya la vida te mete en la cueva”
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Un niño en su sano juicio quiere que termine el curso escolar. Yo deseaba que no acabara jamás. Lo deseaba con ansiedad. Lo mismo que el que suplica cada noche que lleguen los Reyes Magos o que no se le muera el hermano enfermo.
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Lo de estar en la tripa de la madre debía ser algo parecido a lo de tener fiebre. Caliente. Flotando. Alimentado. En paz. Dado la vuelta. Como en otro mundo, pero dentro de este.
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Porque a esa edad no sabíamos muy bien si podíamos vivir sin democracia pero lo que teníamos claro es que no se podía vivir sin risas.
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Sin quitarse el cigarro de la boca, mamá me obligó a comerme aquella vomitona, quién sabe si hasta con ceniza y todo, porque en mi casa no se tiraba nada. Llenando la cuchara de acero una y otra vez con determinación.
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Si a esa edad no eras vaquero o espadachín o soldado con un simple palo, es que eras un niño de mierda. Y yo ya tenía tres o cuatro primos que conocía de Madrid que eran unos niños de mierda, porque tenían el madelman buzo (y yo no) y solo jugaban a eso.
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𝙻𝚘𝚜 𝚘𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚎𝚜𝚝𝚒𝚛𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚕𝚘𝚜 𝚍𝚊𝚋𝚊𝚜 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚜𝚎 𝚝𝚎 𝚒𝚋𝚊 𝚎𝚕 𝚙𝚊𝚍𝚛𝚎 𝚞𝚗 𝚝𝚒𝚎𝚖𝚙𝚘, 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚟𝚎𝚒́𝚊𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚡𝚒𝚜𝚝𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚖𝚘𝚗𝚐𝚘́𝚕𝚒𝚌𝚘𝚜 𝚢 𝚚𝚞𝚎 𝚑𝚊𝚜𝚝𝚊 𝚜𝚎 𝚊𝚑𝚘𝚐𝚊𝚗, 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚜𝚊𝚋𝚒̀𝚊𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚌𝚊𝚍𝚊 𝚍𝚘𝚜 𝚘 𝚝𝚛𝚎𝚜 𝚊𝚗̃𝚘𝚜 𝚝𝚎𝚗𝚍𝚛𝚒́𝚊𝚜 𝚎𝚕 𝚗𝚞𝚎𝚟𝚘 𝚖𝚎𝚓𝚘𝚛 𝚊𝚖𝚒𝚐𝚘 𝚍𝚎 𝚝𝚞 𝚟𝚒𝚍𝚊, 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚑𝚊𝚌𝚒́𝚊𝚜 𝚎𝚗𝚝𝚎𝚗𝚍𝚎𝚛 𝚊 𝚕𝚘𝚜 𝚜𝚘𝚛𝚍𝚘𝚜
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Ahora pienso que no te haces mayor de verdad ni sabes lo que es el mundo hasta que no escuchas insultarse a tus padres.
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¿A quien baila Raquel en la fiesta en la casa de los hidalgo?