Los acontecimientos que influyen decisivamente en nuestros destinos a menudo tienen su origen en sucesos triviales.
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Los acontecimientos que influyen decisivamente en nuestros destinos a menudo tienen su origen en sucesos triviales.
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Cuántas cosas estamos a punto de descubrir si la cobardía y la dejadez no entorpeciera nuestra curiosidad.
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¡Ay! ¿Por qué se jacta el hombre de poseer unas sensibilidades superiores a las que se aprecian en las bestias, si no sirven más que para volverlo más dependiente? Si nuestros impulsos se limitaran al hambre, la sed y la concupiscencia, podríamos ser casi libres; pero ahora nos mueve cualquier viento que sopla y cualquier palabra casual, o la imagen que nos transmita dicha palabra.
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Me vengaré de mis sufrimientos; si no puedo inspirar amor, desencadenaré el miedo.
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¿Cómo pude conservar la vida tras contemplar aquello? ¡Ay! La vida es porfiada y se aferra a nosotros con más fuerza cuanto más la odiamos.
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Pero soy un árbol destrozado por el rayo; la centella me ha llegado hasta el alma, y por entonces tenía la sensación de que si sobrevivía, sería para quedar en lo que pronto seré: un espectáculo miserable de humanidad aniquilada, lastimoso para los demás y aborrecible para mí mismo.
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¿Y dónde está ahora? ¿Se ha perdido para siempre este ser amable y delicado? ¿Ha perecido esta mente, tan repleta de ideas, imaginaciones fantasiosas y magníficas, que formaban un mundo cuya existencia dependía de la vida de su creador? ¿Acaso existe sólo en mi recuerdo? No, no es así; tu forma, de traza tan divina y rebosante de belleza, se ha desintegrado, pero tu espíritu sigue visitando y consolando a tu desventurado amigo.
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Mira por ti: trabajaré para destruirte, y no terminaré hasta destrozarte el corazón de tal modo que maldigas la hora en que naciste.
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¿Cuántos conocimientos tenemos al alcance de la mano y no los estudiamos por cobardía o descuido?
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El ángel rebelde se convirtió en un monstruoso diablo, pero hasta ese enemigo de Dios y de los hombres cuenta, en su desolación, con amigos y compañeros. Yo estoy solo.
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Es un cuerpo creado a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, escrito por Mary Shelley a partir del reto literario de Lord Byron.