Su beso ardía y tenía cierto gusto a madera de roble, un aroma a malta con un toque de miel.
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Su beso ardía y tenía cierto gusto a madera de roble, un aroma a malta con un toque de miel.
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Solo los que van a contracorriente consiguen llegar a su destino; allí donde están todos no hay hueco para nadie más.
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El pueblo estaba lleno de fantasmas: madres esperando con los ojos vacíos a unos hijos que nunca llegarían; padres clamando justicia sobre la cama impoluta de niños que habían dejado de ser pequeños demasiado pronto; esposas con los besos mojados en heridas de muerte; maridos abandonados en la soledad de un mundo con más ruido del que podían soportar, y muchachos huérfanos del país, que crecieron entre disparos de los que nunca conseguirían desprenderse. Fantasmas, cariño, todos ellos. Muertos vivientes. Espíritus dañados que no volverían a ser nunca los mismos. Siento escalofríos cuando dan las cifras de la guerra civil que mató a este país. Deberían añadir a todos los que sobrevivimos.
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Como si careciera de vista, quise aprender el lenguaje de su cuerpo con mi cuerpo, leer su historia, buscar un hueco para dejar la mía.
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Puede que no la hubiera sabido querer o que, al hacerlo, me hubiese olvidado de mí mismo. Ella tampoco había sabido quererme a mí, sin duda, pero ¿podía culparla? ¿Se puede culpar a alguien por no saber hacer algo? ¿Podía culparme a mí por todo aquello?
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Hay partes de las personas a las que no se puede acceder, partes que son imposibles de comprender porque se escriben con códigos distintos.
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Ese amor por las letras puede salvar al mundo, de verdad que sí.
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La felicidad no es la meta, sino el camino.
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Los sueños no se cumplen con los ojos cerrados.
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La enseñanza para mí es un poder, un enorme poder, ¿sabes? Tienes en tus manos un montón de cabezas inocentes, listas para aprender, dispuestas a ello.
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Marinero en tierra