No sé si en otros deportes esas cosas son posibles. En el fútbol sí. Nada es para siempre, ni definitivo, ni imposible. ¿Será por eso que es tan lindo?
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No sé si en otros deportes esas cosas son posibles. En el fútbol sí. Nada es para siempre, ni definitivo, ni imposible. ¿Será por eso que es tan lindo?
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Seguramente me tocará recordar de nuevo todas estas cosas. Y otras muchas, porque las astillas del pasado nunca se clavan de a una. Y lo que recuerdo se mezclará con lo que no recuerdo. Con lo que dudo. Con lo que olvidé. Con lo que nunca supe y no tengo a quién preguntar.
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Eso también es algo que me ocurre con las cosas que me duelen. Se me traban en la lengua pero se me destraban en palabras, cuando las escribo.
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Ahora, en el patio, Montes llora. Llora su soledad, su desamparo, su alegría fugaz de chico solo. Llora su fracaso perpetuo, su vida regada en guiñapos, la burla perpetua de esa vida que va a terminar de una vez por todas porque está harto, porque no puede más, porque no le queda ni el mínimo pedazo de piel ni de cuerpo sobre el cual seguir apilando sufrimientos.
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Más de una vez he escuchado decir que ninguna historia tiene final feliz. Que todas, tarde o temprano, acaban mal. Y que el único modo de contar historias felices es tomar la precaución de detener el relato a tiempo.
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Cuando uno recuerda es porque ya no tiene aquello que recuerda.
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Mi único amigo era Andrés. Tanto lo quería que estaba dispuesto a perdonarle que no le hubiese pasado a él lo que me había pasado a mí.
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Ese invierno asistí a mi primer velorio, y todavía hoy me angustia el olor marchito y abombado que dan muchas flores cuando yacen juntas. Lloré el primer día y después me quedé seco. Entonces empezó mi rabia. Una rabia silenciosa, una rabia de piedra. Una rabia contra todos, empezando por Dios: exactamente por Dios.
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Ese frío de todo el tiempo y de todos lados, que a uno lo seguía hasta cuando se dormía y le amargaba hasta los recuerdos y le sacaba las ganas de todo. Como la guerra.
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En todas las vidas hay cosas que no se saben. Que pasan sin que se sepan. Y algunas no se saben hasta que uno se da cuenta. Porque uno se da cuenta o porque se las dicen. O a veces sucede que cuando a uno se las dicen uno se da cuenta de que las sabía, o casi.
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