Las gentes con el alma pequeña siempre tratan de empequeñecer a los demás.
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Las gentes con el alma pequeña siempre tratan de empequeñecer a los demás.
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Al ver aquel día a mi amigo besar a la mujer que quería se me ocurrió pensar que aquel momento, aquel instante robado al tiempo y a Dios, valía todos los días de miseria que nos habían conducido hasta allí y otros tantos que seguro que nos esperaban al salir de regreso a la vida, y que todo cuanto era decente y limpio y puro en este mundo y todo por lo que merecía la pena seguir respirando estaba en aquellos labios, en aquellas manos y en la mirada de aquellos dos afortunados que, supe, estarían juntos hasta el final de sus vidas.
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“A lo mejor si me pusiera yo a decorar el escaparate en calzoncillos conseguiríamos que alguna fémina ávida de literatura y emociones fuertes entrase a hacer gasto, porque dicen los entendidos que el futuro de la literatura depende de las mujeres, y vive Dios que está por nacer fámula capaz de resistirse al tirón agreste de este cuerpo serrano”. (Fermin Romero de Torres) |
A veces pienso que Darwin se equivocó y que en realidad el hombre desciende del cerdo, porque en ocho de cada diez homínidos hay un chorizo esperando a ser descubierto
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En esta vida se perdona todo menos decir la verdad.
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Son páginas escritas con fuego al amparo de la ciudad de los malditos, palabras grabadas en la memoria de aquel que regresó de entre los muertos con una promesa clavada en el corazón y el precio de una maldición. El telón se alza, el público se silencia y, antes de que la sombra que habita sobre su destino descienda de la tramoya, un reparto de espíritus blancos entra en escena con una comedia en los labios y esa bendita inocencia de quien, creyendo que el tercer acto es el último, nos viene a narrar un cuento de Navidad sin saber que, al pasar la última página, la tinta de su aliento lo arrastrará lenta e inexorablemente al corazón de las tinieblas. [Julián Carax] |
Siempre he pensado que el que siente mucho apego a un rebaño es que tiene algo de borrego
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Los hombres son como castañas que te venden por la calle: cuando las compras están todas calientes y huelen bien, pero a la que las sacas del cucurucho se enfrían en seguida y te das cuenta de que la mayoría están podridas por dentro.
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A veces se cansa uno de huir —dijo Fermín—. El mundo es muy pequeño cuando no se tiene adonde ir.
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La única buena costumbre que él defendía era la de leer. El resto era asunto de cada uno.
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¿Quién es autor del libro?