Este viaje, que duró unas tres semanas, es uno de los que más me han impresionado de todos los que he hecho, Aprendí mucho sobre lo que somos los humanos; sobre nuestra capacidad de supervivencia y nuestra necesidad innata de la belleza.
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Este viaje, que duró unas tres semanas, es uno de los que más me han impresionado de todos los que he hecho, Aprendí mucho sobre lo que somos los humanos; sobre nuestra capacidad de supervivencia y nuestra necesidad innata de la belleza.
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Atardece. Es Bagdad una ciudad limpia pero desencuadernada, agobiada de soles, cubierta por las polvaredas propias de todo centro urbano cercado por desiertos. Con animoso y enternecedor esfuerzo los iraquíes han plantado árboles y zonas verdes por toda la ciudad, intentando aligerar su torridez. Y cada metro cuadrado de verdor—árboles raquíticos, hierbas agostadas por el mediodía—cuesta un esfuerzo infinito, la visita cotidiana de camiones cisterna, la atención continua de esa legión de jardineros que caen sobre la ciudad al atardecer y que rastrojan, murmuran, desbrozan, arrancan, plantan y acarician las hojitas enfermizas que crecen con trabajo. [...] Y es que el Irak de hoy quizá sea eso una hierba menuda y quebradiza, sitiada por la sed y los calores, que va creciendo poco a poco entre sobresaltos y entusiasmo.
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Exagero, pero muy poco: sólo lo justo para atinar con la verdad.
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El periodista es un testigo activo que busca a los protagonistas sociales del país al que va; que se mete en las casas, rebusca en el trasfondo de las cosas, acumula datos, husmea en las zonas oscuras. Guardo en la memoria una sensación extraordinanamente nítida de aquellos países que he recorrido como reportera: me parece que los entiendo mejor. Puede haber otros lugares que quizá me sean más conocidos por que los visito con más asiduidad como turista, pero una cosa es el conocimiento y otra el entendimiento. Cuando entiendes, te fundes con la realidad extranjera, que desde ese momento deja de ser extraña. He aquí el verdadero sentido de los viajes: perder tu sentido, salir de tu pequeño mundo cultural, contemplar las cosas con una mirada ajena. Viajamos porque queremos ser otros.
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El tópico de la soledad de la sociedad moderna ha sido creado en Estados Unidos, y es ahora, aquí, cuando empiezo verdaderamente a comprenderlo. Tocarse no se tocan: el contacto físico no existe. Los amigos, a la hora de despedirse, se quedan en el quicio de la puerta, basculando su peso sobre unos pies inquietos, sin saber cómo decirse adiós diciéndose al mismo tiempo que se quieren, sin saber palmearse la espalda o darse un beso. — Si besas en la mejilla a los hombres, o si les coges del brazo, muchos se van a creer que es que te estás insinuando—me advirtieron al verme sobona en demasía. Y, sin embargo, en lo exterior es una sociedad muy amable. Existe esa cortesía en el trato, ese respeto callejero, esa admirable costumbre de lo cívico. En España nos pisoteamos en las colas, nos insultamos en los coches, nos gritamos en las ventanillas burocráticas, nos pegamos por coger la última mesa en un café; nos maltratamos, en fin, con toda saña, y en conjunto nos comportamos como salvajes. Nada de esto se advierte en Norteamérica. Pero por debajo de este suave convivir hay un vacío, una rígida ritualización de las relaciones amistosas, una pérdida de intimidad y de presencia, ¿Qué les sucede a los norteamericanos, en qué grado de soledad y de ensimismamiento viven? Esa falta de con tacto con los otros, esa carencia de espejos afectivos, ¿no está en la base de la sinrazón, de la locura? Extremando esta reflexión y llevando el argumento al paroxismo, todos esos psicópatas, esos tiradores que se apostan en las terrazas estadounidenses para abatir peatones, esos desesperados que ametrallan sin un porqué a los clientes de una hamburguesería, ¿no serán un producto último de la disociación más absoluta, del abismo entre ellos y los otros. de la total ausencia? + Leer más |
Ha reunido Ángela así una sutil e interesante colección de conceptos enfrentados, de voces divergentes, que evocan un entramado cultural muy diferente. Eso sí, los ejemplos que ella ofrece arrojan un saldo favorable a lo español. En un intento de escapar del regodeo etnocéntrico, procuro encontrar una comparación que sea favorable a la cultura de Estados Unidos. Y, pensando, pensando, creo haber dado al fin con una: es la diferencia existente en el modo cotidiano de referirse al orgasmo. En España se utiliza el reflexivo irse: se dice me voy. En Estados Unidos es justamente lo contrario, se emplea to come, “venir”: se dice I am coming, “estoy viniendo”. En el irse está implícita la lejanía, la separación, el aislamiento: un abismo de soledad en la culminación del sexo. En el venir hay mucha más ternura, un deseo de entrañarse con el otro, la apoteosis del reencuentro
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Aunque tampoco es muy probable que haya un debate, y menos un enzarzarse en cosa alguna. Se diría que los norteamericanos no discuten. La verdad es que de primeras esta falta de empecinamiento es todo un gozo. Atrás quedan las pasiones sulfúricas, los berridos, la intransigencia y el mentarse a la madre de los países latinos. Pero después una empieza a asfixiarse entre tanto Versalles, tanto minué verbal, tanto dar vueltas incesantes sin llegar al núcleo de las cosas, sin encontrar un centro entre la nada. Tengo la impresión de que los norteamericanos no te llevan nunca la contraria. Si dices algo con lo que no están de acuerdo, es muy probable que cierren el asunto con un cortés «¡qué interesante!» y un pequeño silencio embarazoso.
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Gregorio Samsa es un ...