Estampas bostonianas y otros viajes de Rosa Montero
Atardece. Es Bagdad una ciudad limpia pero desencuadernada, agobiada de soles, cubierta por las polvaredas propias de todo centro urbano cercado por desiertos. Con animoso y enternecedor esfuerzo los iraquíes han plantado árboles y zonas verdes por toda la ciudad, intentando aligerar su torridez. Y cada metro cuadrado de verdor—árboles raquíticos, hierbas agostadas por el mediodía—cuesta un esfuerzo infinito, la visita cotidiana de camiones cisterna, la atención continua de esa legión de jardineros que caen sobre la ciudad al atardecer y que rastrojan, murmuran, desbrozan, arrancan, plantan y acarician las hojitas enfermizas que crecen con trabajo. [...] Y es que el Irak de hoy quizá sea eso una hierba menuda y quebradiza, sitiada por la sed y los calores, que va creciendo poco a poco entre sobresaltos y entusiasmo.
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