Permanecimos un rato aferrados y, en esos segundos, busqué la verdad que defendía mi hermana mayor. Para ella, los abrazos no podían vestir indiferencia. Eran revolución. El impulso sincero que incrementaba la potencia de lo bueno, trasladaba fuerzas para combatir lo malo y evitaba que lo roto se esparciese y los agujeros del pecho se hiciesen más grandes. Fuerza. Calor. Vibración de la risa compartida. Algo emocional. Un contacto digno de remover hasta provocar una reacción. Un ciclón.
|