El hijo de Neptuno

La muerte tiene más en común con el amor de lo que os imagináis.

Nadie recibe la guerra con los brazos abiertos; no si son listos. Pero la guerra acaba encontrando a todo el mundo tarde o temprano. Es inevitable.

—Eres mi mejor amiga—le colocó el palo en las manos—. Confío en ti más que en nadie.

Frank rodeó la cintura de Hazel con los brazos, y ella pensó que si iba a ser su último día en la tierra, no era una mala forma de acabar.

—La guerra es un deber—continuó Marte—. La única elección real es si la aceptas y por qué luchas.

—La vida es preciosa porque tiene final.

Si las dos morimos esta noche… me alegro de haberte conocido.

Los hombres como tú son los que han arruinado el mundo de los mortales. La única sociedad armoniosa es la gobernada por mujeres. Somos más fuertes, más sabias…
—Más humildes—dijo Percy.

El rostro de Annabeth, su cabello rubio y sus ojos grises, su forma de reírse, de abrazarlo y de darle un beso cada vez que él hacía algo ridículo. «Debe de haberme besado mucho», pensó Percy.

Se imaginó haciendo manitas con Annabeth en un café. Tal vez, cuando fueran mayores, viendo a su hijo perseguir gaviotas a través del foro.