"Por mi parte, la lección había sido más que aprendida. Si quería tener algo parecido a una vida tenía que ser fuera de las miradas de la normalidad, a escondidas, minimizando la posibilidad de la violencia correctiva de lo ordinario". Llego bastante tarde al fenómeno de la mala costumbre, así que seguramente esta reseña no aporte mucho a todo lo que ya se ha dicho de esta maravillosa novela. Cómo hace ya un tiempo que decidí que esta cuenta era en gran parte para mí, diré que su lectura ha sido en el momento adecuado: cuando me ha apetecido. Y es que hay que juntar unas pocas ganas para meterse en la vida de una niña trans de un barrio obrero que vive odiando su carne, sintiéndose absolutamente fuera de sí misma, disociada. Negándose a sí misma por miedo, aunque el armario se le quede pequeño, porque los correctivos sociales (la violencia de desconocidos y la pérdida de vínculos afectivos en el entorno más cercano) son lo suficientemente tajantes como para pensárselo dos veces. Ser receptora de odio (del propio y del ajeno) hace que quedarse en el armario sea una cuestión de supervivencia. Pero claro, tiene un precio ("Solo era otr maricona amargada, otra transexual derrotada demasiado pronto, otra travesti trágica, otra historia sin importancia a la que nadie querría ni sabría ayudar. Carne de vías de metro. Durante ese año fue la primera vez que pensé con seriedad en triturarme la carne debajo de unas ruedas de hierro"). Y aún así, La mala costumbre está llena de ternura, de la ternura de las que precedieron y sirvieron a la autora como casa cuando más perdida estaba, también de tratarse a sí misma con cariño en ese proceso autobiográfico al que nos invita. Todo ello aderezado con mitología, referencias históricas y conciencia de clase. Conclusión? Una delicia de lectura. + Leer más |