La autora ha conseguido que una novela cruda, con personajes marginales de un barrio obrero castigado, deje un poso de esa nostalgia que embellece a veces los recuerdos más dolorosos para disfrazarlos y hacerlos más llevaderos. Echar la vista atrás a través de la mirada de la narradora , revivir momentos cargados de miseria, desprecio o rechazo, y sentir que debajo de todo eso se encontraba la ternura, los lazos con gente que comparte las mismas calles del barrio y que sin ser familia se cuidan como si lo fuesen, toda un lección de humanidad. A través de la novela vemos como esa niña que no sabía quien, esa niña que observaba, escuchaba e imitaba, va creando su propio "yo" sin esquivar las piedras que le hacen tropezar por el camino. Esa niña que, como tantos dioses mitológicos a los que tanto admiraba, renace con fuerza tras haber estado herida de muerte. Una novela con una voz potente, sincera, cruda, que no cae el drama fácil y que cuando empiezas a leer ya no puedes soltar. |