Metzengerstein

Dos familias de apellidos inpronunciables y que tampoco me voy a esforzar en transcribir ( tomen ejemplo, Pérez ni atenta a la física cuanticafonética, ni daña la laringe al pronunciar) mantien una simpática rivalidad a través de los siglos.
Envidias, recelos y otros actos poco acordes con sus elevadas noblezas.

A un lado, un anciano huraño, cascado y especialmente antipático con su rival Frederick, joven altivo, pudiente y con mala baba.

La diferencia generacional es el primer choque que Poe nos plantea en este cuento, que, aun con buenos condimentos, no termina de alcanzar la perfección.

Tampoco importa demasiado, te lo comes sin rechistar.

Una maldición, unos caballitos, y un par de incendios son el resto de elementos que el norteamericano pone al servicio del relato, en un intento de terror, que se queda en susto previsible.
La obsesión...¡oh infinito y galopante recurso!

Por una vez, Poe consigue que sienta más miedo el personaje principal que el ávido lector en una narración claramente en rodaje.

Cortito, entretenido y con su aquel, para descongestionar el atasco nasal monumental que llevo con otras lecturas densas de las que prometo venganza y todo hay que decirlo, con el que me produce este magnífico clima valenciano con 20 grados de diferencia entre mediodía y noche.

De Edgar, como del cerdo, todo se aprovecha, incluso las criadillas.

¡ Bon appétit!