Los lectores siempre andamos a la búsqueda de la próxima dosis, y cada vez es más difícil que nos cause el mismo placer que antaño. Los que no leen, se ahorran esa agonía.
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Los lectores siempre andamos a la búsqueda de la próxima dosis, y cada vez es más difícil que nos cause el mismo placer que antaño. Los que no leen, se ahorran esa agonía.
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“La lectura es una especie de droga. Los lectores siempre andamos a la búsqueda de la próxima dosis, y cada vez es más difícil que nos cause el mismo placer que antaño. Ustedes, los que no leen, se ahorran esa agonía...”
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A Rocamora no le gustaban los finales abiertos, los desenlaces evasivos que invitaban a pensar, a seguir reflexionando sobre lo leído una vez devuelto el libro a la estantería. Le parecían un síntoma de falta de inspiración, o de simple pereza por parte de su autor. ¿Tan difícil era ofrecerle una respuesta clara y satisfactoria a quien se había tomado la molestia de leer la historia hasta el final? A Rocamora los finales le gustaban como los casos, cerrados, que pudieran archivarse para siempre y así poder olvidarlos, quitárselos de una vez de la cabeza.
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Controló el ritmo de su respiración, intentando serenarse. La clave estaba en evitar que el miedo se apoderase de él. «El miedo al dolor duele más que el propio dolor —le había dicho el señor Miyagi—. No piense en el dolor, no lo llame, no lo espere, y, cuando llegue, acéptelo.»
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La lectura es una especie de droga. Los lectores siempre andamos a la búsqueda de la próxima dosis, y cada vez es más difícil que nos cause el mismo placer que antaño.
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Derechos humanos, justicia, igualdad... Quimeras que los poderes mundiales venden al vulgo para mantenerlo contento, igual que en otros tiempos les ofrecían las arenas del circo, las promesas del Paraíso o la gloria de las guerras. ¡Todo sigue exactamente igual que siempre! Nada ha cambiado El poder sigue estando en venta y los poderosos siguen abusando de los débiles, pero la gente se ha tragado el cuento. Muchos piensan de verdad que viven en un mundo mejor. Pero sólo ven lo que los de arriba quieren que vean. Por eso las apariencias son tan importantes, hijo
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En eso consistía ser padre, en llevar al hijo en la cabeza todo el rato, reinando sobre el resto de pensamientos como un tirano benévolo. En ser consciente en todo momento, independientemente de lo que estuviera haciendo, que en alguna parte, en el colegio o en el parque o acostada en su cama existía una prolongación de su ser, una figurita tierna y vulnerable por la que debía velar hasta que ella pudiera valerse por sí misma, a los 50 o 60 años
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La lectura es una especie de droga. Los lectores siempre andamos a la búsqueda de la próxima dosis, y cada vez es más difícil que nos cause el mismo placer que antaño
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¿Para qué sirve un abrazo, sino para expresar lo que las palabras no pueden?
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Alguien ha decidido hacerse pasar por mi personaje y jugar conmigo al macabro juego que yo mismo inventé.
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10 negritos