El abrazo del monstruo de Félix J. Palma
En eso consistía ser padre, en llevar al hijo en la cabeza todo el rato, reinando sobre el resto de pensamientos como un tirano benévolo. En ser consciente en todo momento, independientemente de lo que estuviera haciendo, que en alguna parte, en el colegio o en el parque o acostada en su cama existía una prolongación de su ser, una figurita tierna y vulnerable por la que debía velar hasta que ella pudiera valerse por sí misma, a los 50 o 60 años
|