Pero cada vez que lo veía o pensaba en él, su corazón saltaba del antiguo amor al dolor del abandono. Deseaba poder asentarse en uno u otro lado.
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Pero cada vez que lo veía o pensaba en él, su corazón saltaba del antiguo amor al dolor del abandono. Deseaba poder asentarse en uno u otro lado.
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—No me hables de aislamiento, por favor. Nadie tiene que contarme cómo cambia eso a una persona. He vivido con eso. Soy aislamiento.
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Él bajó de su barca y le ofreció una mano abierta de largos dedos morenos. Ella dudó; tocar a alguien significaba entregar una parte de su ser, una parte que nunca recuperaría.
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Necesitar a la gente acababa siendo doloroso.
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Ella miró un instante por encima del hombro de él y luego a sus ojos. Eran un abismo que ella conocía en toda su profundidad.
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Y en todos esos mundos de la biología, buscaba una explicación de por qué una madre abandona a sus crías.
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Porque lo que tampoco le confesó era lo que sentía por ella, una mezcla entre el dulce amor por una hermana perdida y el amor abrasador por una chica. Ni él mismo conseguía dilucidarlo del todo, pero nunca había sentido nada tan poderoso, la fuerza de emociones tan dolorosas como placenteras.
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Una parte de ella ansiaba tocarle la mano; era un deseo extraño, sus dedos se negaban. En vez de eso, memorizaba las venas azuladas del interior de su muñeca, tan intrincadas como las que asoman en las alas de una avispa.
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Sacó la brújula (...). Dejó que la aguja señalara al norte y observó cómo se estabilizaba. Se la puso sobre el corazón. ¿Dónde iba a necesitar una brújula más que en ese sitio?
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¿Por qué debía ser el herido, el que aún sangra, quien carga con la responsabilidad del perdón?.
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10 negritos