Los bienes de este mundo

Lo que tenemos que hacer es volver a nuestras casas. Reconstruir lo que se pueda y esperar tiempos mejores.

No había noticias de Guy. Nadie sabía nada de los que estaban en el frente. De pronto habían desaparecido, como los pasajeros de un barco que se hunde envuelto en llamas y humo ante los ojos de los supervivientes.

Le parecía estar cara a cara con su destino, diciéndole sin odio pero en son de burla, como un alumno descarado a su profesor: ¿Quieres acabar conmigo? Pues estoy vivo. ¿Quieres arrebatarme las esperanzas? Pues fíjate: me caso, amo, gozo, tengo un hijo ... ¡Y cuánto más te ensañes conmigo, más me obstinaré!

En las oscuras y heladas calles de París, los transeúntes se alumbraban con pequeñas linternas que hendían la noche con sus fríos, azulados y cegadores haces.

Una unión en la que el corazón no tiene la última palabra es una caricatura del amor conyugal. El dinero y las vanidades del mundo no son nada sin un profundo amor recíproco.

Así el hombre de 1938 sentía que lo acechaba de continuo la guerra, invisible pero presente.

No pienso imitar a los Jeremías que se cubren la cabeza de ceniza. Las cosas se arreglarán, porque en la vida siempre acaba estableciéndose una especie de modus vivendi, un acomodo de la desgracia, que es lo único a lo que racionalmente puede aspirarse.

Abandonaron el bosque del Coudre y avanzaron por el camino despejado, abrasado por el sol, anhelando el frescor nocturno, enterrando gustosos en el pasado, en el olvido, el día que acababa, que había sido uno de los más tranquilos, agradables y felices de su vida. Pero ellos no lo sabían.

No entiendo nada del mundo en el que vamos a entrar. Pierre dice que ésta no será la última guerra, como creíamos, sino la primera de una larga serie de contiendas todavía más implacables y crueles.

El ser humano saca fuerzas de la desgracia, y cuanto mayor es ésta, mayores son sus fuerzas.