A priori, alguien cuyos libros navegan siempre por las mismas aguas, puede parecer monótono. Exilio y decadencia burguesa parecen ser las únicas fuentes de inspiración de esta autora, y sin embargo... Némirovsky (en adelante Irene) empieza a ganarme a base de sensibilidad y tristeza. Y esto a través de las arrugas en la memoria de Tatiana, anciana sirvienta de la familia karin que los acompañará a París en su exilio tras la revolución de octubre rusa. Burgueses que vieron también a sus hijos partir a la guerra, ahora viven en un modesto apartamento donde lo fácil es tropezar con las paredes y los recuerdos de un pasado mejor. Nunca fue más cálido el clima y la nieve de Moscú. Lejos de su tierra, la vida sigue y sin embargo se desmorona. La autora provoca un deshielo en el presente de cada personajes, pero este no es siempre positivo, la nostalgia es un fiel compañero para el alma y se empeña en quebrarla como a un cristal. Irene hace un guiño en su nouvelle a la decadencia familiar. A veces con escenas donde la juventud y su libertad sexual roza lo grotesco, no tanto por el acto ( todos hemos cometido algún exceso) sino por el lugar y circunstancias. También al sustento económico y al muy reducido nuevo círculo de amistades, si es que podemos llamarlas así. Un texto triste, lleno de pequeñas aristas que se van clavando en la piel del lector, capaz de herirte y a su vez, deleitarte con una prosa tan particular como bella. Me gusta el enfoque que la autora da al burgués, humanizandolo, cuando lo normal es que se le tiranice a la menor ocasión. La miseria es igual de injusta para todos. Nadie escapa al zumbido de las moscas si no es a martillazos. Una pequeña joya escrita con la sensibilidad de quien, a buen seguro, lo haya sufrido en sus carnes. + Leer más |