Una educación mortal

"De todas formas se supone que no todos debemos sobrevivir. Hay que alimentar al colegio de algún modo"

Estaba observándome con una expresión inconfundible. La misma que adoptan de vez en cuando los hombres al mirar a mi madre y que he presenciado a lo largo de toda mi vida. No es la expresión que imaginas; los hombres no babean por ella en plan guarro. Más bien la contemplan como si fuera una diosa, pensando que tal vez consigan que ella les devuelva la sonrisa si demuestran ser lo bastante dignos. Nunca creí que nadie fuera a dedicarme una mirada remotamente familiar.

Mi mal genio es como un mal huésped: se presenta sin avisar y se queda un buen rato

En aquel entonces, todavía pensaba que alguien acudiría en mi ayuda si me ponía a gritar.

De todas formas, se supone que no todos debemos sobrevivir. Hay que alimentar al colegio de algún modo.

Se supone que no todos debemos sobrevivir. Hay que alimentar al colegio de algún modo.

Aquí todos tenemos que jugarnos la vida, no queda otra. El truco está en averiguar en qué momento vale la pena jugársela.

La esperanza infunde valor a cualquiera, sobre todo si es otro el que va a lidiar con el problema.

Me había acostumbrado a convivir con mis niveles habituales de amargura y desdicha, a agachar la cabeza y a soportar cualquier cosa. Estar contenta me descolocaba casi tanto como estar cabreada.

Siempre me había preocupado por que mi dignidad no sufriera ni un rasguño, aunque la dignidad no importaba una mierda cuando los monstruos bajo la cama existen de verdad. La dignidad era lo que tenía en lugar de amigos.