Lloraba de nuevo, borracho de pasado imposible.
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Lloraba de nuevo, borracho de pasado imposible.
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—Puerco —dijo, sonriéndome dulcemente—. Criatura repugnante. Yo era una niña fresca como una flor, y mira lo que has hecho de mí. Debería llamar a la policía y decirle que me has violado. Oh, puerco, puerco, viejo puerco.
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Señores y señoras del jurado, la mayoría de los delincuentes sexuales que anhelan un contacto palpitante, suavemente plañidero, pero no forzosamente copulativo, con una jovencita son extranjeros inocuos, inadaptados, pasivos, tímidos, solo piden la comunidad que les permita observar su comportamiento inofensivo y soi-disant aberrante, sus íntimas, cálidas, húmedas manías de privada desviación sexual, sin que la policía y la sociedad caiga sobre ellos.
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Se verá por ellas que el esquema de la inventiva del diablo era día tras día el mismo. Al principio me tentaba para después burlarme, dejándome con un dolor sordo las raíces mismas de mi ser.
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“Lolita había entrado en mi mundo, en la sombría y misteriosa Humberlandia, con violenta curiosidad, y lo había inspeccionado con una mueca de divertido disgusto, pero para aquel entonces me parecía que estaba dispuesta a marcharse de él con un sentimiento similar a una franca repulsión”.
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Domingo. Cambiante, malhumorada, alegre, torpe, graciosa, con la acre gracia de su niñez retozona, dolorosamente deseable de la cabeza a los pies”.
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“Ahora creo llegado el momento de introducir la siguiente idea: hay muchachas entre los nueve y los catorce años de edad, que revelan su verdadera naturaleza, que no es la humana, sino la de las ninfas (es decir, demoníaca), a ciertos fascinados peregrinos, los cuales muy a menudo, son mucho mayores que ellas hasta el punto de doblar, triplicar o incluso cuadruplicar su edad”.
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"Vivimos no sólo en un mundo de pensamientos, sino también de cosas. Las palabras sin el acompañamiento de la experiencia carecen de sentido" (Nabokov, 1955)
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Ella gritó con una súbita nota chillona en la voz, y agitó el cuerpo, y se contorsionó, y echó atrás la cabeza, y mi boca quejosa, señores del jurado, llegó casi hasta su cuello desnudo, mientras sofocaba contra su pecho izquierdo el último latido del éxtasis más prolongado que haya conocido nunca hombre o monstruo.
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La miré y miré, y supe con tanta certeza como que me he de morir, que la amaba más que a nada imaginado o visto en la tierra.
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¿De qué nacionalidad es el autor de esta novela?