Pero el dolor que el consiguió evitar en aquella playa fue el mismo que, en cuanto me vio correr sobre la arena, se aferró a mí con violencia: como un puño invisible que te golpea en el interior del alma, entre la piel y la memoria. Al correr hacia él me di cuenta de lo valiosas que son las personas cuando ya no podemos tenerlas, de lo importante que es el tacto cuando ya no hay con quien utilizarlo, de lo esenciales que son esas palabras que se quedan perdidas entre la boca y el aire, suspendidas en el viento, esperando alcanzar a quien ya nunca podrá escucharlas...
|