Postales del Este

Si no saben cómo te llamas, no sabrán quién eres y mucho menos quién fuiste. Si mueres, nadie te echará de menos, nadie sabrá que no estás porque nadie pronunciará tu nombre. Con suerte, se acordarán de tu número, eso si no se lo entregan a otro preso, y entonces tú existencia se convertirá en un error administrativo. Así funciona esto.

Resulta extraño recibir una postal de una persona fallecida a la que has querido más que a nadie. Y yo había recibido una caja repleta. Pero aún más inquietante es descubrir en ellas que se ha vivido a la sombra de una vida.

—Es imposible. Él jamás hubiera...
—Los «jamases» de fuera no tienen validez aquí dentro.

Le perturbaba pensar que no sabría qué hacer si no recibía una orden, se habrían aniquilado también su poder de decisión, aparte de su capacidad de reacción.

El placer que siento al disparar a las prisioneras tan solo superado por el placer que siento cuando advierto que están preñadas, porque en ese momento soy consciente de que estoy eliminando a los enemigos de Hitler.

Unas palabras de Joska le cruzaron la mente: «A veces, las personas no son capaces de distinguir el mal ni aunque lo tengan delante».

A Ella le llamaba la atención la cantidad de eufemismos que utilizaban los nazis para referirse a la muerte y el asesinato: «tratamiento especial», «reasentamiento», «evacuaciones», «recuperación», «experimentación», «liquidación», «Solución Final»... los había leído todos en los informes que llegaban en la Administración del campo desde las altas instancias del tercer Reich, y nunca dejaba de sorprenderme la facilidad para retorcer y maquillar las palabras con el fin de tergiversar la realidad.

No hay nada más triste que las cartas no leídas.

Me gustan las tardes de domingo. Mi madre me enseñó que la vida empieza a escribirse los domingos, cuando todo está a punto de suceder pero todavía no ha pasado.