Desde que soy adulto considero los sueños un fenómeno sobrevalorado: no contienen mensajes del más allá ni prefiguran acontecimientos futuros, como se creía en el mundo clásico, ni enmascaran nuestros deseos, temores y frustraciones, como afirma la psicología moderna. Para mí son, pura y simplemente, una molestia superflua de la que prescindiría con gusto, si bien, como cualquier persona no estoy libre de su influjo y cuando me sobrevienen, experimento el correspondiente desasosiego, sin que su posterior racionalización me sirva para nada.