No negaba la existencia de un dios, pero prefería creer en sí misma antes que en un ente abstracto. Le costaba aceptar la realidad de un cielo y un infierno eternos
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No negaba la existencia de un dios, pero prefería creer en sí misma antes que en un ente abstracto. Le costaba aceptar la realidad de un cielo y un infierno eternos
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Es un momento extraño, cuando el mundo, tal como uno lo concebía hasta ese instante, recibe una sacudida y las certezas más íntimas se desmoronan y dan paso a ideas nuevas, que nos hacen descubrir una realidad distinta.
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Estaba claro que aquella prenda sólo servía para imponer a las mujeres una postura supuestamente sensual, en lugar de facilitarles la libertad de movimientos. Cómo si los obstáculos intelectuales no bastarán, también había que limitarlas físicamente. A juzgar por las barreras que les ponían, más que despreciar las parecía que los hombres las temieran.
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La perturbada y la supervisora han hablado con pudor de los hombres, con los que no tratan, y de los hijos que no tienen, de Dios, en el que no creen, y de la muerte, a la que no temen.
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Ese tiempo, que no se sabe si acabará algún día, es más temido que los mismos males que padecen.
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Nunca sabemos realmente si hemos hecho bien al revelar nuestras verdades. El alivio que produce el momento de sinceridad se transforma con rapidez en pesar. Nos hemos arrepentido. De habernos abierto. De habernos dejado llevar por la necesidad de contarlo. De haber depositado nuestra confianza en el otro. Y ese pesar nos lleva a prometernos que no lo volveremos hacer.
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A las mentes orgullosas no les gusta que las contradigan, y menos una mujer.
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La Salpêtrière es un vertedero de mujeres que ponen en peligro el orden social. Un asilo para aquellas cuya sensibilidad no responde a lo esperado.
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La enfermedad deshumaniza, convierte a esas mujeres en marionetas a merced de unos síntomas grotescos, en flácidos peleles en manos de unos doctoes que las manejan y les examinan todos los pliegues de la piel, en animales estúpidos que solo despiertan un interés clínico. Ya no son esposas, madres o adolescentes, ya no son mujeres a las que se mira y se tiene en cuenta, ya nunca serán mujeres a las que se ama o se desea. Son enfermas. Locas. Mujeres echadas a perder.
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Los sueños son peligrosos, Louise. Sobre todo cuando dependen de otro
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?