Asesino de brujas: La bruja blanca

-¿Crees en Dios?
Qué pregunta más complicada.
Apoyé mi mentón en las rodillas, todavía mirando hacia arriba.
-Creo que sí.
Él enderezó la espalda.
-Pero rara vez asistes a misa. Tú... celebras Yule, no Navidad.
Me encogí de hombros y toqueteé una hoja seca que estaba sobre la nieve. Crujió bajo mis dedos.
-No he dicho que fuera tu Dios. Tu dios odia a las mujeres. Estamos en segundo plano.

La muerte es el tormento más amable que ellas imparten: un regalo entregado solo a aquellos que se lo han ganado.

Un amor semejante no era un asunto limitado al corazón y a la mente. No era algo que sentir y olvidar con el paso del tiempo, algo que tocas sin que te tocara a cambio. No... Este amor era algo más. Algo irreversible. Era algo del alma.

Si ella estaba destinada a arder en el infierno, ardería con ella.

¿Para qué servía el primer amor sino para caricias temblorosas y descubrimientos?

Ella podría haber congelado el infierno.

Donde quiera que tú fueres, iré yo; y donde quiera que vivieres, viviré.

Donde quiera que tú fueres, iré yo; y donde quiera que vivieres, viviré.

Lou se había roto. Mi pagana apasionada, boca sucia con voluntad de acero se había roto. Yo la había roto.

Si ella estaba destinada a arder en el infierno, ardería con ella.