El domingo por la tarde se volvían a sus casas, con expresión de haber quedado transidos de naturaleza e imbuidos de experiencia agreste. Como quien se va de putas y vuelve creyéndose un conquistador.
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El domingo por la tarde se volvían a sus casas, con expresión de haber quedado transidos de naturaleza e imbuidos de experiencia agreste. Como quien se va de putas y vuelve creyéndose un conquistador.
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Decían todo el tiempo "disfrutar". Es la palabra que a la altura de siglo, según Manuel, usaban todos los sinvergüenzas que querían vender algo cuando ese algo era una puta mierda.
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Pronto instalaron una campana en su patio, para que los niños se entretuvieran. La tañian como locos, metiendo un jaleo de bayoneta pinchando tímpanos. Todo con tal de fulminar la quietud que decían haber ido a buscar en Zarzahuriel y que en realidad no aguantaban. "¡La paz que se respira allá!", contarían el lunes al vecino en su barrio"
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Todo el tiempo les sonaba el móvil, que contestaban a gritos. Contaban siempre a través del teléfono lo bien que estaban en la soledad del campo, gran paradoja si los fines de semana se los pasaban hablando con el exterior.
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A los adultos se les notaba que si tenían tantos hijos era porque tampoco se les ocurría otra distracción para hacer en la vida.
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Todo el tiempo les sonaba el móvil, que contestaban a gritos. Contaban siempre a través del teléfono lo bien que estaban en la soledad del campo, gran paradoja si los fines de semana se lo pasaban hablando con el exterior (página 148).
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Llevaban la marca de la ropa tan a la vista que Manuel podía leer las letras desde el sobrado. Fuera de esto, iban muy rotulados de indumentaria, con mensajes que muchas veces resultaban de desconcertante desbarajuste. Había varios que tenían que sujetarse la barriga a pulso con las manos, y vestían camisetas de gimnasio. Sentían un potente horror al silencio. No sabían estar sin hacer ruido, como si necesitaran la constante confirmación de que estaban presentes allí y en ese momento. Si el miedo al silencio es de gente acobardada ante si mismo, estos vivían en el pasaje del terror.
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Le gustaba la calefacción que la actividad física regala. «Cortar la leña me ahorra quemarla», decía. El remedio se comía al problema antes de que surgiera.
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Le gustaba mucho manipular los palos quemaderos con las pinzas de tijera, dentro del hogar, para colocarlos donde mejor ardieran. «El fuego es el futbolín del solitario», decía.
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Me torturaba pensar que Manuel se consumía solo, con las ganas de personas que tuvo siempre.
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¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?