—Elige —la aconsejó Nick—. Puedes seguir corriendo, o puedes convertirte en la esposa de alguien. La mía o la de Radnor. Ella le dirigió otra de esas largas y penetrantes miradas que a Nick le erizaban la nuca. Odiaba cuando ella hacía eso. Una vez más él no podía pestañear o desviar la mirada, y ella parecía leerle el pensamiento a pesar de su voluntad para ocultarlo. —La tuya —dijo con firmeza—. Seré tuya. Y él soltó un lento y casi imperceptible suspiro de alivio. |