Siempre había deseado ser como las demás. Siempre había intentado emular a sus amigas y fingir que le gustaban las muñecas y los juegos de interior, cuando en realidad prefería subirse a los árboles y jugar a las batallas con sus hermanos. Más tarde, cuando sus primas estaban absortas en la moda, las aventuras románticas y otras diversiones femeninas, Lydia se había sentido atraída por el fascinante mundo de las matemáticas y las ciencias. A pesar de lo mucho que su familia la amaba y protegía, no podía aislarla de los rumores maliciosos ni de las habladurías que daban a entender que era una chica poco femenina, poco convencional; en definitiva, rara.