Me hervía la sangre. No quería saber su opinión. Y se había atrevido a hablar de mi madre. ¿Qué demonios sabía sobre ella? En mi correo electrónico había mencionado un par de cosas, pero se suponía que era un correo privado y, desde luego, no era para que lo leyera o lo analizara. Además, ya se sabe cómo son las cosas con la familia: yo podía quejarme todo lo que quisiera de mi madre o mis hermanos, pero solo yo y nadie más.
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