A pesar de su tono sereno y de que nada en sus delicadas facciones ni en la historia que acababa de contar dejaba traslucir ninguna emoción, Stephen se dio cuenta de que la detective Taylor no había tenido una vida fácil. Observó su bonito rostro, tan cerca del suyo, y sintió ganas de cogerla entre sus brazos, apretarla contra su pecho y protegerla del mundo. Sin embargo, sabía que Georgina Taylor era muy capaz de cuidarse sola y lo más probable era que lo rechazara, dándole de paso un puñetazo en la boca. Ahora entendía esa actitud fría, casi indiferente, de la que hacía gala en algunas ocasiones, su feroz independencia y su reluctancia a mostrar sus sentimientos.
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