Y de repente Mariam comprendió que sus sospechas eran ciertas. Comprendió, con un miedo que la asaltó como un terrible y doloroso mazazo, que estaba presenciando nada más y nada menos que un cortejo.
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Y de repente Mariam comprendió que sus sospechas eran ciertas. Comprendió, con un miedo que la asaltó como un terrible y doloroso mazazo, que estaba presenciando nada más y nada menos que un cortejo.
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Lo peor de haberse salvado era el tormento de preguntarse quién habría sido.
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Confía tu secreto al viento, pero luego no le reproches que se lo cuente a los árboles.
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El matrimonio puede esperar, la educación no. [...] cuando esta guerra acabe, Afganistán te necesitará tanto como a sus hombres, tal vez incluso más. Porque una sociedad no tiene la menor posibilidad de éxito si sus mujeres no reciben educación.
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La verdad, a mí me avergüenza ver a un hombre que ha perdido el control sobre su mujer.
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Aprende esto ahora y apréndelo bien, hija mía: como la aguja de una brújula apunta siempre al norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer. Siempre. Recuérdalo, Mariam.
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Entendió entonces a qué se refería Nana, que una harami* era algo no deseado, que Mariam era una persona ilegítima que jamás tendría derecho legítimo a las cosas que disfrutaban otros, cosas como el amor, la familia, el hogar, la aceptación. *Harami: Bastarda. |
-¡Qué estúpida eres! ¿Crees que le importas, que te acogería en su casa? ¿Crees que eres una hija para él? ¿Que te acogería en su familia? Pues escúchame bien: el corazón de un hombre es miserable. No es como el vientre de una madre. No sangra, ni se ensancha para hacerte sitio.
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A la joven Mariam no se le ocurría que pudiera haber injusticia alguna en tener que pedir perdón por la manera de llegar al mundo.
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Como la aguja de una brújula apunta siempre al norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer. Siempre. Recuérdalo, Mariam.
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¿Con qué frase empieza esta novela?